sábado, 24 de agosto de 2024

QUIRKE EN SAN SEBASTIÁN

 Donosti años 60, con personajes mesetarios de los 30





Benjamin Black es el pseudónimo del escritor "serio" John Banville, que utiliza el apellido negro para escribir eso, novelas de género negro. Es muy alabado por la crítica y los lectores que aprecian al fino estilista Banville entre las líneas de las novelas de Black. 

Sin embargo, he leído varias de ellas, y por alguna razón no me ha acabado de "enganchar" quizá porque el protagonista, el patólogo Dr. Quirke, dublinés de mediana edad y antihéroe por excelencia, me resulta cansino. La serie de novelas se inicia y desarrolla habitualmente en la nebulosa Dublín de los años cincuenta, con su asfixiante catolicismo, su pobreza y su alcoholismo generalizado. 

En esta novela (la octava de la serie) el Dr. Quirke, está feliz y casado y es arrastrado por su esposa Evelyn, una mujer inteligente, atractiva y llena de vida, a unas vacaciones en San Sebastián. Vacaciones en el mes de abril, que se le va a hacer, a mi me parece un poco pronto para disfrutar del País Vasco, además con las continuas referencias de la gente en la playa de la Concha (si debe hacer un frío que pela, en esa época). 

La acción se situará (creo, en la novela no se especifica) en los años sesenta (por el tiempo que ha pasado desde el inicio de la secuencia de las obras anteriores). Los felices esposos se hospedan en el mejor hotel de San Sebastián, y aún así el camarero del bar lleva el cuello sucio y sin planchar ¿perdone? Sr. Black o Sr. Bambille). 

Me molestan sobremanera las incongruencias de tiempo-espacio. El Festival de Cine de San Sebastián se inauguró en 1953, por lo que en los 60, San Sebastián/Donosti ya era una ciudad moderna, afrancesada, como siempre lo ha sido y más abierta al mundo que el conjunto del país. Asimismo, en un establecimiento de categoría no se permitiría el cuello sucio del uniforme de ningún empleado... Otros personajes españoles o vascos también son descritos como habitantes de Las Hurdes, Tierra sin pan, de la década de los treinta (y sin el permiso de Buñuel). 

Los protagonistas detectives (o pseudo-detectives, ya que este es médico patólogo) que beben en exceso me parecen un cliché excesivo y usado hasta la náusea, supongo que es una seña de identidad de la anti-heroicidad. Como he leído en otro blog, dan ganas de advertir al protagonista con un "no bebas hombre, que es malo para la salud".

La trama va de que el tal Quirke tiene que ir al hospital por un accidente tonto, y allí cree reconocer a una doctora (que es un personaje perdido de una novela anterior) que era amiga de su hija Phoebe. Quirke telefonea a su hija ¿para qué, para inquietarla? cosa que consigue y ésta se pone en marcha hacia Donosti para corroborar la identidad de la doctora, no sin haber alertado a quienes querían que esa mujer, April, permaneciera en paradero desconocido. También intervienen un policía acartonado y un asesino a sueldo chapucero. 

Total: desenlace fatal (de fatalidad, no porque sea malo, que también), pero gracias tal aciago final, Quirke al que se le veía/leía medianamente feliz ya tiene motivo para volver a ser una persona amargada, infeliz, desdichada y desesperanzada y embriagada. 

Lo mejor de la novela (para mí) una frase con la que su mujer, Evelyn, define a Quirke:

    "Te encanta estar deprimido. Es tu versión de ser feliz". 

Desde luego, el personaje es irlandés al 100%. 

Leído en e-book. Puntuación: 6, porque se lee fácil. 


La maravillosa Donosti

El Hotel de Londres y de Inglaterra en el Paseo de la Concha





LOS VIRTUOSOS

 



Hoy he acabado la última obra de Yasmina Khadra publicada en español. Historia conmovedora acerca del destino y de los tentáculos de los que se sirve y de la supervivencia. 

La novela narra buena parte de la vida del joven Yacin, que se convertirá en Hamza por voluntad del jeque, dueño y señor de su región. Por razón de esta orden suprema e inapelable el protagonista será combatiente por Francia en la I Gran Guerra. 

La novela esta articulada en varias partes, la primera de ellas el desarraigo y los horrores de la guerra de trincheras en una tierra que no es la tierra de esos combatientes colonizados al servicio de su metrópoli. Sin embargo, en este horror y por este horror se forjarán amistad, hermandad, compañerismo, pero también suspicacias y enemistades que irán jalonando la vida de Yacin a su vuelta a Argelia. 

Vivirá la traición del jeque, la desolación de perder a su numerosa y pobre familia; recibirá ayuda de personas desinteresadas y de otras que quieren algo de él, de Yacín que solo posee su honestidad de pobre campesino forjado en los viejos valores de su familia. Conocerá el amor, el engaño, la esperanza y la desesperanza, la lucha por la libertad, de nuevo el amor... y en un círculo maligno la prisión y la pérdida de todo. El escenario es todo el país, y todos los paisajes de Argelia. 

Curiosamente, de ello lo redimirá la guerra, o mejor dicho sus compañeros de armas de ese horror inicial de la guerra. 


Kenadsa, lugar mágico del desierto argelino


 

miércoles, 21 de agosto de 2024

La vagancia

 No es el título de un libro, sino el de una realidad. 

Durante tres años no he escrito una palabra sobre lo que he leído. Excusas, muchas, pero son solo eso, excusas. Por tanto, voy a intentar rehabilitarme. 




domingo, 18 de julio de 2021

La anomalía

 Pretexto para que a Le Tellier le den el Goncourt




Pues sí, por esta novela le han dado el premio Goncourt al escritor Hervé Le Tellier, leo en Wikipedia que nació en 1957, o sea es un maduro de mi quinta. Con esta novela en noviembre de 2020 le dieron el Premio Goncourt, que según las bases de la Academia "se otorga al mejor volumen de imaginación e prosa entre las novelas publicadas en el año en curso". 

La trama de la anomalía está destripada en la contraportada del libro y en las críticas promocionadas por la editorial. Resulta que un avión de Air-France que hace el trayecto entre París y Nueva York en marzo de 2021 pasa por una extensa zona de turbulencias. Al aterrizar, los pasajeros y la propia tripulación agradecen haber llegado a puerto (mejor dicho a aeropuerto)... y el autor nos cuenta la vida de unos cuantos de ellos (once, creo). 

Pero resulta que ese mismo avión, en el ms de Junio está pasando por la peripecia del gran peligro por la extensísima tormenta y las turbulencias, cuando de repente pide aterrizar en Nueva York y da el código del vuelo. Voilà! resulta que es el mismo de tres meses atrás, los viajeros, la tripulación, son las mismas personas. Se han duplicado. 

Las autoridades norteamericanas capean el temporal, llevando a las fotocopias vivientes a una base militar, donde intervendrá un equipo de crisis compuesto de militares, agencias gubernamentales, psicólogos a porrillo, y un equipo de frikis que han elaborado lo que llaman en honor a Douglas Adams, el Protocolo 42. (Lo que hay que hacer cuando lo que sucede es de todo punto imposible). 

La segunda parte del libro dará pie a ver como se las compone cada pareja de dobles cuando se encaren entre sí, que reflexiones harán y a que soluciones o compromisos llegarán. Dos personajes no tienen su copia, uno porque el original se suicidó (y es casualmente el escritor que antes de poner fin a su vida escribió un libro de culto La anomalía), y otro es el comandante del avión que morirá por segunda vez de un cáncer de páncreas. 

En el epílogo o al final hay un toque de humor negro, que creo hubiera estado mejor en otro momento de la novela. Lo lamento, y difiero de la opinión de Javier Cercas que dice que es un libro fácil de leer pero difícil de entender. Estoy de acuerdo, se lee fácil. Quizá no lo haya entendido, pero creo que el autor no se la sacado ningún partido a las situaciones que se plantearían en esa inédita situación. Las reacciones tanto sociales, como las políticas, las religiosas y especialmente las personales me han parecido extremadamente planas y parecen más propias de un guion de serie de plataforma (quizá a eso aspire).

Se lee fácil, de acuerdo Cercas, pero no se si merece el mayor premio de las letras francesas a una novela de ficción. Desde luego partour sont les fèves au lard. 

Leído en e-book. Me siento generosa, un 5,5. 


 

            
                            El avión y el hangar secreto USA


lunes, 7 de diciembre de 2015

SIEMPRE NOS QUEDARÁ PARÍS (El estrés postraumático)

El Café Bataclan de París


LA NOTICIA

Hace casi un mes, fue el 13 de noviembre, París sufrió una serie de atentados que acabaron con la vida de ciento treinta personas (en recuento del día siguiente) y de más de cuatrocientos heridos. A ellos hay que sumar los siete terroristas que se autoinmolaron en las horas posteriores, y seguramente alguno de los entonces heridos haya pasado a engrosar el número de fallecidos. Una fatal estadística…

Como en un guión cinematográfico, los ataques se produjeron en distintos puntos de la ciudad, y las víctimas no eran personas representativas, ni cargos públicos ni fuerzas de seguridad, sino ciudadanos normales y corrientes, que pasaban la noche del viernes en un ambiente festivo: un partido de fútbol, un concierto, restaurantes… Los atentados produjeron una fuerte conmoción en Francia, y una tremenda y también conmocionada reacción internacional. Sin embargo, el número de víctimas en los atentados de Atocha de Madrid en marzo de 2004 fue superior, allí se alcanzaron 191 víctimas el primer día.

Supongo que todo lo que se tenía que decir se ha dicho. Las reacciones de solidaridad internacional, la perplejidad, la indignación, el análisis político, las motivaciones de los terroristas y el caldo de cultivo en el que han crecieron esos europeos de tercera generación, la influencia de los videojuegos en la mentalidad de los que atentan, el Islam y el islamismo, la mentalidad de los radicales,  las redes sociales y su utilización como fuentes de persuasión, y un larguísimo etcétera.

Y también mucho se ha hablado de cómo nos duelen más las víctimas cercanas, de estilo de vida parecido al nuestro. Eso es cierto, nos sorprenden y atemorizan más estos atentados que todos los que ha habido en países más lejanos, de religión musulmana, países más pobres y más desesperanzados que nosotros, la opulenta y permanentemente en crisis sociedad occidental.

De todo lo que sucedió destacaría varias cosas:

  • El papel del teléfono móvil y las redes sociales, tanto en la búsqueda y geolocalización de las personas, como en el hecho de que muchos parisinos organizados a través de twitter abrieron sus casas a las personas que huían de los lugares atacados y no sabían dónde ir. También se organizó la llamada para las donaciones de sangre a través del teléfono móvil. La solidaridad del siglo XXI, cibernética y en red.



  • La magnitud de las reacciones, también en la red. He visto los colores de la bandera francesa tiñendo perfiles de whatsapp, de facebook, de twitter… e iluminando también monumentos en todo el planeta.




  • La reacción institucional francesa ante la tragedia y la grandeur de la puesta en escena de la misma -no me refiero a la respuesta militar- sino a la solemnidad del ejecutivo francés cerrando filas en torno a su presidente y su bandera.





Pero ahora quedan las víctimas, que puestos a clasificar también son de diferentes tipos:

  • Las víctimas directas e irreversibles, los fallecidos. Vidas segadas, caminos sin futuro, historias sin final.
  • Las víctimas indirectas, aquellos que arrastrarán el dolor de haber perdido a sus seres queridos en ese instante cruel.
  • Los familiares de los terroristas, franceses o belgas de adopción y posiblemente integrados (o no) en los países en los que viven, y que se debaten entre el amor a los suyos y el dolor que los suyos han provocado. 
  • Los heridos, que tienen ante sí un duro camino, el de la recuperación física y psíquica. Con la ambivalencia y la responsabilidad de saberse vivos. Posiblemente también han perdido algún ser querido, y seguramente también creyeron que morirían.
  • Los supervivientes de los atentados, especialmente aquellos que fueron rehenes. Que vieron el horror y seguro que se dijeron a sí mismos “esto es el fin.
  • Y todos los demás, espectadores de la tragedia más o menos cercana. Vecinos de París, vecinos del mundo que lo vimos en televisión, que nos afligimos por todos ellos y sobre todo por nosotros mismos, porque nos puede pasar también… Y que ya casi -en menos de un mes- lo hemos olvidado.





Y un poco de psicopatología:

El malestar psicológico tras la exposición a un acontecimiento traumático es bastante variable. En algunos casos, los síntomas se pueden entender dentro de un contexto basado en el miedo y la ansiedad. Sin embargo, está comprobado que muchas personas expuestas a dichos acontecimientos traumáticos exhiben como características clínicas síntomas de anhedonia (dificultad para gozar de las cosas) y disforia (irritabilidad) exteriorizados como síntomas de enfado y hostilidad. También pueden presentarse síntomas disociativos.

Los criterios actuales de clasificación han diferenciado entre trastorno por estrés agudo y trastorno de estrés postraumático. Aunque el cuadro clínico es similar, en el primero la duración de los síntomas no excede al mes después de la exposición del evento traumático, es decir, que el primero es un cuadro de menor gravedad, especialmente por la autolimitación.

Así, el TEPT sigue siendo el cuadro nuclear tras un trauma. En estos pacientes los síntomas no se corresponden a una exageración de la respuesta normal de estrés, sino que existen diversos indicadores biológicos que representan una respuesta específica.

Lo más sobresaliente es la re-experimentación persistente de la vivencia traumática. Imaginemos esta experiencia, es estremecedor el hecho de vivir un acontecimiento de tal impacto y que ha supuesto un peligro vital, y la persona lo ha percibido como tal, un riesgo para su vida. Pues si desarrolla un “trastorno por estrés postraumático”, a aquella persona le puede suceder:
  • Tener recuerdos del acontecimiento, de forma repetida e intrusiva y que lógicamente provocan un gran malestar.
  • Soñar sobre el hecho, también de forma repetitiva.
  • Tener la sensación de que el trauma está sucediendo de nuevo, reviviendo la experiencia e incluso tener ilusiones auditivas o visuales y flashbacks, como sucede en ocasiones. 
  • Al exponerse a estímulos que recuerdan el hecho traumático, vivenciar un intenso malestar psíquico. 


·     Imaginemos a las personas que estuvieron como rehenes en la sala Bataclan, ¿qué sensaciones tendrán cuando acudan a un local donde se haga un  concierto? Vaya, si vuelve a estar en una situación similar… o quizá nunca pueda recuperar esta forma de ocio.

El trastorno de estrés postraumático se asocia con altos niveles de discapacidad social, ocupacional y física, así como con elevados costes y altos niveles de utilización de los servicios médicos. Así, sabemos el número de víctimas físicas, fallecidos y heridos, pero no sabemos el número real de víctimas entre la población superviviente, que pueden decirse a sí mismos “he tenido suerte…” pero a la vez cargarán con las secuelas del recuerdo lacerante de la atrocidad.









domingo, 29 de noviembre de 2015

¿Cómo le tenemos qué tratar?




A menudo, un familiar de un paciente mío que sufre depresión me pide mi opinión acerca de cómo puede ayudar al enfermo. Normalmente, la frase suele ser

          “Y la familia ¿cómo le tenemos que tratar?

Mi respuesta es: normal, con la mayor normalidad posible, teniendo en cuenta que quién sufre una depresión está padeciendo una enfermedad, y no desea encontrarse así. De todas formas hay unos puntos esenciales que pueden orientar:

1.          Tener información real acerca de la enfermedad.
En libros especializados, en la red hay disponible mucha información sobre enfermedades. Sin embargo, quien mejor puede ilustrar la situación de su familiar es el paciente que le trata.
No obstante, aquí van unos datos reveladores:
a)     El término médico hace referencia a un síndrome de la esfera afectiva, con tristeza patológica, decaimiento e incluso irritabilidad, que limita la actividad vital del individuo. Además en la depresión pueden presentarse síntomas  cognitivos, volitivos y somáticos.
b)     No existe un único diagnóstico de depresión, sino diversas categorías diferentes recogidas en los manuales de diagnóstico (es decir, una cuadro de depresión no tiene que ser idéntico a otro).
c)      Se trata de una afección frecuente, con tasas de prevalencia del 3% de la población general. Según la OMS en el mundo hay más de 350 millones de personas que la sufren. Para hacernos una idea de la magnitud de esta cifra, equivaldría a la mitad de la población europea, y siendo superior el número de personas con depresión en el mundo que el de habitantes de los Estados Unidos. Impresiona ¿no? Además, está enfermedad afecta casi el doble a mujeres que a hombres.
En el mundo, el equivalente de la mitad de la población europea sufren de depresión

d)     Las causas no están totalmente delimitadas, pero está claro que en su aparición influyen aspectos genéticos, biológicos, psicológicos y sociales.  

2.          La depresión no siempre es “explicable”
Estamos acostumbrados a asumir que una persona esté triste si le ha ocurrido alguna desgracia. Pero esta presunción no siempre se cumple en los trastornos depresivos, más bien por lo general no es así y no ha ocurrido un acontecimiento vital negativo tras el que al paciente le sobrevenga la depresión.
Por lo tanto, de poco valdrán palabras de aliento como  “no tienes ningún motivo para encontrarte así”.  Esta frase ya se lo repite el propio paciente a sí mismo.
Lo terrible de la depresión es que uno está triste y desesperado sin saber por qué.

3.          Aconsejar cuidadosamente. 
Con gran frecuencia los pacientes con depresión reciben auténticos bombardeos de consejos y “terapias de estar por casa” de sus familiares y amigos… “Tienes que salir y distraerte”, “lo tienes que hacer tú”, “si tu no poner de tu parte”
Estas frases bienintencionadas tampoco suelen ser de mucha ayuda (más bien diría que de ninguna ayuda). El paciente se siente triste, abatido y culpable por sentirse mal, y también se dice a si mismo que debería superarse… pero el gran drama es que en ese momento NO PUEDE.
Por ello, el escuchar el consabido repiqueteo de que “tiene que poner de su parte” no hace sino agravar el sentimiento de culpa y desesperanza, sin que se le dé ninguna herramienta para el cambio.
Sin embargo, un buen consejo es repetir al paciente que su depresión ES UNA ENFERMEDAD y como tal CURABLE y que su estado es PROVISIONAL y pasajero.  Que confíe en sus médicos que le ayudarán, y que nosotros estaremos a su lado TODO el tiempo y para TODO lo que precise.

Estaré a tu lado, y lo superarás...

4.          Escuchar y acompañar
En ocasiones el paciente preferirá estar solo, y ni siquiera sabe explicar que le ocurre; en otras ocasiones le será útil la compañía.


Hay que pensar que establecer un puente emocional requiere su tiempo y difícilmente puede forzarse… Pero hay que estar allí, atento y con paciencia. Cuando el paciente desee hablar, hay que escucharle, sin contradecirle ni minimizar sus inquietudes. No ayuda para nada si alguien expresa una preocupación decir algo como “te preocupas por tonterías” y mucho menos “eso es que no tienes ningún problema”.
A veces los pacientes se encuentran más a gusto en compañía de sus mascotas, que nada les dicen, y que solo "están ahí".

"Tu sí que me entiendes"
Tampoco es preciso que le desgranemos  todas las soluciones que los demás vemos claras y obvias. Los pacientes con depresión tienen un filtro cognitivo hacia lo negativo, y no ven las soluciones, solo los problemas, y eso es una de las características de su enfermedad.



5.          No hacer culpable al paciente.
Por mucho que estemos sufriendo porque vemos a nuestro ser querido con una depresión, no debemos cargarle además con nuestra inquietud o impotencia. Decir cosas como “haz un esfuerzo por mí”, “yo también estoy pasándolo mal”, no le ayudarán sino que además le abrumarán.
Y si el paciente no actúa como creemos que debe, el familiar no tendrá que dar por sentado que “no quiere hacer nada para mejorarse”.



6.          Respetar el tratamiento y la relación médico-paciente.
Asimismo, se debe ser cuidadoso con el tratamiento que recibe nuestro pariente y también con el profesional que lo prescribe.
En ocasiones he visto que se utiliza el tratamiento como arma arrojadiza, cuando hay un desencuentro o discusión con el paciente, se prescinde de su criterio y pueden usarse argumentos que desautorizan al paciente para zanjar una discusión “¿ya te has tomado hoy la medicación?”, o bien “esto lo sabe tu médico, si no ya se lo diré yo”.


Para el paciente el psiquiatra debería ser un faro entre bruma


En otros casos, la medicación y la relación con los médicos y psicólogos es puesta en tela de juicio “tanta pastilla no te sirve para nada”, “vas ahí solo para escuchar lo que quieres oír”. Lógicamente esto desconcierta al paciente, que en muchos casos se siente culpable no sólo por sufrir el trastorno depresivo, sino por recibir tratamiento farmacológico “a mi marido no le gusta que tome pastillas, él es anti-medicación” (o no cree en los psicólogos, o en los psiquiatras… o incluso cuestiona la existencia de la depresión como enfermedad). Estas aseveraciones solo  consiguen que el paciente además de sufrir una enfermedad, se sienta culpable y esté en permanente conflicto con respecto a su tratamiento.

Estas actitudes negativas de la familia normalmente se producen en función del tiempo de evolución del cuadro depresivo. Si la enfermedad se ha prolongado produce efectos en el entorno, que no so desdeñables: preocupación, sobrecarga emocional, incomprensión e incluso hastío… que naturalmente el paciente percibe e incrementa su sentimiento de culpabilidad, empeorando el cuadro inicial.

Las depresiones se curan

sábado, 21 de noviembre de 2015

SER, ESTAR, PADECER… etiquetas



El laberinto de la Salud Mental

Un tutor de mi época de residencia de psiquiatría insistía mucho en el tema de cómo referirnos a los pacientes.  Cuando escuchaba decir a los médicos jóvenes en sesión clínica: “es un paciente depresivo…”. Inmediatamente, con gesto adusto,  interrumpía la exposición y decía: es un paciente que padece una depresión, prosigue… Si quién exponía el caso se “colaba” de nuevo, le interrumpía otra vez y entonces casi rugía:

“Pero vamos a ver, este paciente sufre una enfermedad, que ya veremos al exponer el caso si has acertado  con  el diagnóstico… Pero esa persona que sufre no se define por la enfermedad  -vale, uno que ha nacido en Bilbao su patronímico es bilbaíno, o si ejerce un determinado oficio será carpintero o lechero- no os confundáis con eso y no le endilguéis un adjetivo que lo despersonaliza totalmente y hace que lo veáis como algo homogéneo, como si “un depresivo” fuera totalmente igual a otro “depresivo”. Es una falta de respeto y no es enriquecedor para la exploración… que una cosa es diagnosticar y otra es etiquetar”.

Pues bien, cada vez escucho a médicos denominar a pacientes como “depresivas”, “ansiosos”, “bipolares” “obsesivos”, y un largo etcétera para resumir.

Con los muchos años de práctica, como mi tutor de cuando era joven, cada vez desconfío más de las etiquetas, mejor dicho, de la utilización de las etiquetas, que a pueden ser  “armas arrojadizas” ya que en  ocasiones se utilizan para descalificar.
 
Cual moderna criatura del Dr. Frankestein,
 el paciente psiquiátrico sufre una grave estigmatización

Y con ello no quiero decir que los criterios de  diagnóstico psiquiátrico no sean útiles, al contrario, lo son y mucho porque unifica el lenguaje, puede delimitar grupos homogéneos para la investigación clínica,  hace que nos podamos entender entre profesionales y saber que hablamos de lo mismo (o más o menos de lo mismo). Pero de eso, a pensar que el DSM-5 es la “biblia” de lo que les ocurre a los pacientes no de  ser algo ingenuo y reduccionista.

Los criterios diagnóticos

El laberinto de los diagnósticos

No hemos de tener prisa en diagnosticar, ya que primero debe existir un conocimiento atinado del paciente, que se hará a través de la correcta anamnesis (historia clínica), y una reflexión de “por qué le pasa lo que le pasa a mi paciente” absolutamente imprescindible para entenderlo y tener el privilegio de tratarlo, para “curar a veces, aliviar siempre, consolar siempre”.

La frase es el título de un blog que me encanta por sus reflexiones sobre la deontología y la medicina corpórea en la máxima expresión (la de cuidados intensivos). A su vez su autora toma el título de dos médicos franceses (Bérard y Gubler) del siglo XIX, que definieron así las funciones de nuestro oficio. Y así debería ser también en el tecnológico pero atribulado siglo XXI. 

El doctor, de Luke Fildes (1891)

La pintura retrata un aspecto casi perdido de la medicina. El doctor que contempla atento y preocupado a su joven paciente, intrigado y absorto en desentrañar cómo podrá tratarle o si su terapéutica será eficaz. 

La pequeña enferma, suponemos que víctima de cualquier enfermedad infecciosa terrible e incurable de una época en que no se disponía de antibióticos ni de vacunas, parece débil, pálida y dormida a la luz del quinqué que se ha dispuesto para que el médico pueda examinarla.  Vemos también que la estancia es humilde casi lóbrega, ropa tendida, la criatura acostada entre dos sillas, sólo el pajarillo en la ventana introduce una nota de alegría. 

La madre parece desconsolada llorando a la espera de lo peor. Y la dignidad del rostro del padre, preocupado ante lo que le sucede a su hija, pero que con su mano apoyada en el hombro de su mujer intenta darle consuelo, mientras mantiene fija su mirada en el médico, esperando de él lo que siempre esperan los pacientes de los médicos: curación, alivio o al menos consuelo.