domingo, 29 de diciembre de 2013

El enfermo imaginario ó LA HIPOCONDRÍA



"Le malade imaginaire" de Honoré Daumier, circa 1760

La palabra hipocondría deriva del término anatómico hipocondrio, esto es las zonas abdominales (hipocondrio derecho e izquierdo) localizadas bajo las falsas costillas y el esternón, a ambos lados de la zona epigástrica (zona central superior). El hipocondrio derecho aloja al hígado, y en el izquierdo se halla el bazo.
Hipocondrio derecho e izquierdo, regiones en las que la medicina griega antigua situaba la melancolía
La medicina griega antigua y su teoría los cuatro humores consideraba que el hipocondrio era la sede de la melancolía. De ahí, y ya en el siglo XVII, la palabra hipocondría se usó en el sentido de “depresión”. Más tarde en el siglo XIX derivó a su significado actual de “aquel que siempre cree estar enfermo”, por lo que los que padecen esta dolencia son llamados hipocondríacos.
Buscando el síntoma
La hipocondría es la preocupación excesiva por la propia salud que lleva a imaginar que se está sufriendo una enfermedad, o atribuir causas graves a cualquier síntoma físico menor ó incluso a una percepción corporal totalmente fisiológica.
Por tanto, podemos considerar que la hipocondría esencialmente es una actitud frente a la enfermedad (o frente a la idea de enfermar).  El paciente hipocondríaco está constantemente sometido a un minucioso y preocupado análisis de sus funciones fisiológicas básicas, pensando en ellas como una fuente segura de enfermedad biológica.

La normalidad reinterpretada

Estas personas no sólo experimentan preocupación y miedo a padecer una enfermedad, sino que tienen la absoluta convicción de sufrirla a partir de la interpretación personal de alguna sensación corporal u otro signo que aparezca en el cuerpo. Podría ocurrir que pequeñas heridas, toses, manifestaciones muy vagas como cansancio o aturdimiento e incluso manifestaciones normales como los latidos del corazón o el movimiento peristáltico intestinal sean la “clara prueba” de estar padeciendo un proceso letal.
Ante la sospecha de estar enfermo la persona con hipocondría consulta con sus familiares y amigos para tranquilizarse y busca información para confirmar sus sospechas (hace décadas a través de las “enciclopedias médicas o de primeros auxilios” y actualmente a través de Internet). La consulta exhaustiva a páginas médicas de la red ha llevado a acuñar el neologismo de “cibercondríasis” utilizado por algunos autores anglosajones. 
En general, la persona con hipocondría suele ser “consumidora” de recursos de salud y acude al médico (generalmente varios) con frecuencia. Y aunque el médico le asegure que no tiene nada de que preocuparse, dicha aseveración sólo le tranquiliza durante un rato. A su vez desea que le hagan pruebas objetivas para descubrir la posible enfermedad que cree (en realidad que “sabe”) tener. Si su médico le prescribe la realización de alguna prueba diagnóstica (análisis, radiografías, pruebas de imagen) bien porqué algún síntoma es impreciso o bien para tranquilizarle, el paciente interpreta dicha exploración como una confirmación de sus sospechas. El tiempo que transcurre hasta la obtención del resultado suele ser agónico para el paciente… y cuando la analítica o la prueba ha descartado una enfermedad el alivio solo es momentáneo, ya que el paciente sigue atento a sus sensaciones corporales, y es probable que crea que los resultados de las pruebas diagnósticas no son concluyentes o que éstas has sido escasas… con lo que es posible que acuda a un nuevo especialista por si pudiera tratarse de otra cosa.
"Voy a consultar una nueva opinión..."
La tranquilización imposible
En otros casos, el paciente hipocondríaco es un gran evitador de la consulta médica, ya que experimenta mayor temor frente a la posible confirmación diagnóstica que a padecer la propia enfermedad letal que sospecha tener. Por ello, a pesar del miedo a sufrir dicha enfermedad grave, no acude al médico… exasperando así a sus familiares o amigos porque ante éstos sigue mostrando la preocupación y buscando el alivio que no pueden proporcionarle.
Que tranquilidad, por fin un diagnóstico letal

Dentro de las clasificaciones de enfermedades mentales, la hipocondría se encuentra entre los llamados “Trastornos somatomorfos” pero siempre se asocia a una situación de ansiedad, ya sea primaria o secundaria por la consecuente preocupación que el enfermo experimenta frente a su salud. Asimismo, el paciente con hipocondría suele experimentar un estado de ánimo bajo o incluso depresivo, ya que el centro de su vida se ha desplazado hacia la supuesta enfermedad física, y por tanto se produce una dificultad para llevar a cabo sus actividades habituales y la obtención de gratificaciones.
Para el diagnóstico de hipocondría es preciso que la persona lo sufra durante al menos seis meses. Existen otras condiciones psiquiátricas en las que el paciente puede sufrir una actitud hipocondrizada o bien una hipocondría transitoria, como en los “trastornos por crisis de angustia/ataques de pánico”, o en algún tipo de depresión (como en la antes llamada “melancolía involutiva” de los ancianos). Asimismo, debe diferenciarse de la aprensión frente a la enfermedad que muchas personas tienen como rasgo de personalidad.
El manejo clínico del paciente con hipocondría es un gran reto. En primer lugar, hay que descartar sólidamente cualquier enfermedad orgánica, ya que el hecho de ser hipocondríaco no le blinda frente a problemas físicos. El médico debe estar atento ante cualquier queja ó síntoma, por absurda que sea su forma de verbalizarla, y analizarla con total objetividad.
Es fácil caer en el error de minimizar las demandas del paciente hipocondríaco

En segundo lugar hay que entender que el paciente hipocondríaco está realmente enfermo… aunque no de lo que el sujeto cree. La sugerencia de que sea atendido por un especialista en psiquiatría en muchas ocasiones no es bien recibida por el paciente, y ha de explicarse con claridad pero con delicadeza, y para ello, el médico precisará tiempo y empatía para con su paciente hipocondríaco.
La prevalencia de la hipocondría en la población general es del 1%, pero se calcula que en asistencia médica primaria, dicho porcentaje asciende hasta casi el 5%.
En cuanto a las causas de la hipocondría no están bien delimitadas. En algunos casos puede encontrarse un antecedente de enfermedad grave previa, no sólo en el sujeto sino en su entorno cercano. Se conoce que este trastorno afecta a menudo en ambientes familiares… se sabe que hay familia que son especialmente sensibles y están muy inclinadas hacia la interpretación de los signos de enfermedad en todos los ámbitos de la vida. De forma que los miembros de la misma familia “aprenden” a interpretar negativamente cualquier signo corporal.


La hipocondría en la ficción

En la ficción la condición del hipocondríaco tiende a ser retratada para producir hilaridad. El paradigma es el personaje de Argan descrito por Molière en su última obra “Le malade imaginaire” de 1673.  
Molière, grabado de Lepicié, 1734
Jean-Baptiste Poquelin (1622-1673) dramaturgo y actor francés conocido como Molière es reconocido como uno de los mayores comediógrafos de la literatura occidental. Molière escribió sátiras dirigidas contra las convenciones sociales y las debilidades de la naturaleza humana, sus obras son un retrato de la sociedad francesa de la época. El autor fue despiadado con la pedantería de los falsos sabios, la pretenciosidad de los burgueses enriquecidos y en la línea de autores anteriores, como los del barroco español, con las mentiras de los médicos ignorantes y la candidez de sus víctimas, los enfermos.
La obra “El enfermo imaginario” transcurre en la casa de Monsieur Argan, quien en su afán de tener compañía se ha convertido en un enfermo imaginario, el cual en todo momento cree tener algún tipo de enfermedad. De esta manera consigue los cuidados de su segunda esposa, de su hija y sus criados, a la vez que de un tropel de médicos. La necesidad de tener a mano a algún facultativo es tal, que decide casar a su hija Angélica con uno de sus médicos, sin importar el verdadero amor de la joven. La obra describe una serie de situaciones en las que el personaje de la criada Toinette elabora un plan para que su amo abandone la idea de sus supuestas enfermedades.
En esta obra además, Molière trató de manera jocosa su propia situación, ya que el mismo padecía de “continua mala salud” debido a una enfermedad pulmonar crónica (probablemente tuberculosis) y siempre consideró a los médicos como personas incapaces, ya que no habían logrado hallar la causa de su enfermedad. Como tantos otros padeció la medicina de su tiempo, plena de ignorancia, y fue tratado por múltiples médicos y con muchos remedios, sin éxito. Terminó siendo un enfermo rebelde que se automedicaba. La definición que Molière daba de un médico era:

“Aquél hombre a quien se le paga para que cuente tonterías en el cuarto de un enfermo, hasta que la naturaleza le cure o los remedios le maten”

En una jugarreta del destino, Molière se sintió muy enfermo durante la cuarta representación de “El enfermo imaginario” en el “Théâtre du Palais-Royal” el viernes 17 de febrero de 1763. El autor representaba, como no, el papel protagonista del hipocondríaco Monsieur Argan. Al parecer, sufrió un fuerte acceso de tos, que le produjo la rotura de un vaso sanguíneo y tuvo una hemorragia, según se recoge en el registro de las actividades de la compañía de Molière, que escribía uno de sus actores: Charles Varlet apodado “La Grange”.
En el registro de La Grange se indica que Molière concluyó la representación disimulando su malestar como pudo, y fue trasladado a su domicilio, donde murió esa misma noche. Durante la representación el actor, en su papel de Argan, iba ataviado con un batín de color amarillo, por lo que durante siglos, entre la gente de teatro se ha mantenido la superstición de que ese color producía mala suerte, y este color ha sido proscrito de los escenarios.


Representación actual de "Le malade imaginaire" en La Comedie Française. El Dr. Pourgon quiere hacerse cargo de la situación de Monsieur Argan. 









sábado, 14 de diciembre de 2013

FELIZ NAVIDAD


"Adoración de los pastores" Gerhard von Hornthost, 1622


Como cada diciembre, el ambiente se llena de Navidad. Pero no quiero referirme a la fiesta religiosa que el 25 de diciembre (*) celebra el nacimiento de Jesucristo para la iglesia católica, la anglicana, en algunas comunidades protestantes y para la iglesia ortodoxa rumana (para otras iglesias ortodoxas el nacimiento de Cristo se celebra el 7 de enero ya que la iglesia ortodoxa en general no aceptó la reforma del calendario juliano al calendario gregoriano).

No, a lo que quiero referirme es a la Navidad: luces en las calles, adornos en los escaparates, productos de temporada como los hispánicos turrones (los polvorones no sé si nadie los compra), el italiano panettone… y todo lo que se come o se “debería comer” en estas fechas. Ah, y las floristerías repletas de la tropical “Euphoria pulcherrima” (**) y también de los europeos abetos. Y en las tiendas de chinos y pakistaníes, versiones en plástico de estas especies vegetales y ristras de bombillitas que normalmente se funden a mitad de las fiestas.

Navidad: luz en las calles

Y casi todo el mundo, le guste o no la Navidad, se afana en comprar  regalos, organizar menús, y dirimir quiénes serán anfitriones y comensales en las distintas comilonas familiares… con lo que se desatan auténticos conflictos protocolarios dignos de las más altas instituciones.

Navidad: sinónimo de compras


A mi personalmente me gusta la Navidad. Su iconografía nórdica de frío, nieve, trineos, de chisporroteo del fuego en las chimeneas encendidas, jerseys abrigadísimos y algo absurdos con dibujos de copos de nieve… Sobre todo porque no sufro este tipo de clima, y casi nunca nieva en mi ciudad (aunque recuerdo una gran nevada en mi infancia, me parece que fue en el año 1963).

Las Ramblas nevadas, Barcelona, 25 de diciembre de 1963


Creo que me gusta la Navidad porque le gustaba a mi padre. Disfrutaba reuniendo a su familia, y decidiendo que platos se preparaban y hacerse fuerte en la cocina de mi madre y prepararlo todo para atiborrarnos. Y antes de eso, el 8 de diciembre, poner el belén, con su feliz incongruencia, pues recuerdo que las figuritas de los patos que teníamos y que se deslizaban en el río de papel de plata eran más grandes que algunos pastores barbudos… y desde luego mayores que la lavandera, aunque ésta seguía impasible con su tarea (que mujer tan valiente, frota que frota en plena noche de diciembre). 

La intrépida lavandera nocturna

Y pasear por las calles de Barcelona para ver las luces … y entregar la carta al paje de los Reyes Magos, porque entonces Papa Noel o Santa Claus o San Nicolás, ese orondo y postizo personaje, no venía a España. Y el placer de ir avanzando a los reyes un poquito cada día, para plantarlos delante del pesebre el día 5 de enero. Y claro, repetir el poema que nos enseñaban en el colegio hasta la saciedad (más bien la hartura) para poder recitarlo en la sobremesa de la comida del día veinticinco, subida a una silla y ante toda la familia …  cosechando aplausos y alguna propina de mi rumboso abuelo. En esa época no había festival navideño en los colegios, ni conciertos de villancicos o nadales, la aportación educativa-navideña era enseñarnos unos versos y hacer una postal con manualidades, postal a la que no llamábamos Christmas). Otro excelso placer navideño era ir con mi madre a la papelería a comprar las susodichas postales para felicitar a la familia (nada de mails, mensajes de voz o texto o whatsups). Mis postales favoritas eran de Ferrándiz, aquí dejo una muestra: 





La ingenuidad y ternura de las ilustraciones de Ferrándiz en los Christmas de los años 60


Tampoco había poinsettias, esas llegaron más tarde y diría que eran pocos los abetos en las casas, al menos en la mía no había.

Todo este recuerdo viene a cuento por las fechas, y porque varias personas me han preguntado si en Navidad la gente se deprime más. En realidad, lo que creo es que son fechas que cada uno interpreta a su manera.

Para casi todos los niños representan una gran ilusión, posiblemente es así porque los adultos quieren prorrogar su propia infancia en la infancia de sus hijos y van tejiendo y alimentando esos anhelos de generación en generación.

Navidad: ilusión


A su vez, los adultos viven estas fechas condicionados, por su propia biografía, por sus expectativas y como no,  por sus circunstancias.

Los adultos pueden mantener una ilusión o una mirada benevolente por el recuerdo y la añoranza de cuando éramos niños, ilusos y despreocupados. Pero en estas fechas también es natural que percibamos la nostalgia por aquellos que nos faltan: mirar a los reunidos hace sentir más hondamente las ausencias. 

Por otra parte, no todas las personas se llevan bien con sus familiares, o al menos con todos ellos. Por lo que los obligados encuentros por ese dichoso protocolo navideño del que hablaba, pueden ser cuando menos tediosos, sino un auténtico desastre por las tensiones o fricciones que pueden desatarse.

Otra de las circunstancias negativas es el excesivo mercantilismo de las fiestas. Por lo que acentuado con la sempiterna crisis, la celebración de la Navidad y sus gastos, con las magnificas viandas en la mesa, los compromisos, los regalos, etcétera ... pueden significar algún que otro quebradero de cabeza para muchos, yo diría que para casi todos, pero para algunas personas tristemente es un sueño irrealizable (***). 

Para aquellas personas que ya estén padeciendo un cuadro depresivo la llegada de la Navidad posiblemente acentúe la desazón y la tristeza, puesto que su propio cuadro clínico les impedirá alegrarse, y cualquier circunstancia que signifique reunión, jolgorio y compromisos será vista como un escollo difícil de salvar, haciendo que se sientan culpables por ello ... esto debe explicarse a los pacientes y a sus familiares, que no es posible sentirse "no deprimido" a fecha fija. 

Por último una reflexión diminuta ¿qué nos queda del espíritu navideño? Repito que no hablo de la religión, sino de esa fiesta de amistad, familia, ilusión, paz, unión y concordia. Para mí, algo queda o al menos así lo espero, porque durante unos días de diciembre nos sentimos más cercanos y mejores al desear a todos, de corazón y con el corazón… 



Feliz Navidad 



(*)  A propósito del 25 de diciembre como fecha del nacimiento de Jesús de Nazaret. Dice la Wikipedia, que según expertos tomando como fuente la Biblia, en el evangelio de Lucas, la fecha del nacimiento de Jesús sería a finales de septiembre, lo cual sería compatible con el hecho de que los pastores cuidaran los rebaños al aire libre.

Cuevas en los montes de Judea, cerca de la ciudad de Belén en la actual Cisjordania



(**) Euphoria pulcherrima. Arbusto o pequeño árbol con grandes hojas dentadas de color verde oscuro y pequeñas inflorescencias amarillas. Tienes brácteas en la parte superior de la planta de color rojo, rosa, blanco verdoso o blanco amarillento. Es originaria de regiones tropicales de México y Guatemala; en el hemisferio norte florece de noviembre a febrero. 

De hecho, la costumbre de asociar esta planta al período navideño data de la década de los sesenta en Estados Unidos, donde el horticultor y hábil negociante Paul Ecke III se dedicó con gran éxito a promover el uso invernal de esta planta desde el Día de Acción de Gracias hasta Navidad.
El arbusto de poinsettia, en su hábitat natural








(***)   
Recordemos a "Plácido" y sus dificultades para celebrar la Navidad. Película dirigida por Luis García Berlanga en 1961. 

Plácido es un pequeño transportista al que le pueden embargar su herramienta de trabajo (su motocarro) si no paga a tiempo uno de los plazos que debe. Entretanto en su ciudad provinciana se ha puesto en marcha la iniciativa "Ponga un pobre en su mesa en Nochebuena". 

Ácida, triste... y más triste aún, de rabiosa actualidad.