sábado, 25 de abril de 2015

El complejo de Tersites


EL COMPLEJO DE TERSITES



Tersites fue un guerrero aqueo de la guerra de Troya, no sabemos mucho de él, pero Homero lo cita:





“Todos se sentaron y permanecieron quietos en su sitio, a excepción de Tersites, que, sin poner freno a la lengua, alborotaba. Ese sabía muchas palabras groseras para disputar temerariamente, no de un modo decoroso, con los reyes; y lo que a él le pareciera, hacerlo ridículo para los argivos. Fue el hombre más feo que llegó a Troya, pues era bizco y cojo de un pie; sus hombros corcovados se contraían sobre el pecho, y tenía la cabeza puntiaguda y cubierta por rala cabellera. Aborrecíanle de un modo especial Aquiles y Ulises 

(Ilíada, canto II, vv. 211 y siguientes).


Pues bien, el poco agraciado Tersites ocupa un lugar en la psicopatología, ya que ha dado nombre al “Complejo de Tersites”, esto es al actualmente conocido como “Trastorno dismórfico corporal”, que antes llamábamos  “Dismorfofobia”.

¿A qué se le llamaba “Complejo de Tersites"?

El Trastorno dismórfico corporal (TDC) se caracteriza por la preocupación por un defecto físico imaginario, o bien una preocupación excesiva y obsesiva por un defecto físico real, que preocupa sobremanera, hasta el punto de constituir el eje central del pensamiento de la vida de quien lo padece.

"No me veo bien..."


Esta preocupación es sumamente exagerada y afecta muy negativamente, mejor dicho, contamina completamente el desarrollo de la vida social, laboral o familiar de la persona que lo padece.

Es un trastorno bastante frecuente, se estima que entre el 1 y el 2% de la población general lo padece. Si hacemos una sencilla regla de tres, veremos que en nuestro país pueden ser casi setecientos mil afectados. El trastorno además tiene una elevadísima comorbilidad con los cuadros depresivos y los cuadros de ansiedad.
"Cada vez estoy más preocupada y más triste..."


El origen del TDC no está claro, ya que al realizar la historia clínica en algunos casos encontramos factores psicológicos, biográficos o ambientales del pasado o del presente del individuo. Pero en muchas circunstancias no parece fácil atribuir una psicogenia, ya que el paciente puede no haber experimentado burlas o rechazo por su aspecto físico, ni siquiera leves comentarios negativos… Puede tratarse de una persona especialmente guapa y bien parecida que no deja de mirarse al aspecto porque se obsesiona por la forma de su frente, sus cejas y su nariz o el color de su pelo.

En muchas ocasiones los síntomas aparecen como una idea fugaz, a la que se le va dando mayor importancia hasta convertirse en obsesiva. El espectro de las preocupaciones va desde el pensamiento de ser “poco atractivo/a”, “no ser normal”, “ser horrible”, “verse como un monstruo”. Las preocupaciones pueden centrarse en una o varias zonas del cuerpo, es habitual en las partes de la cara (frente, boca, cara, forma de las orejas, barbilla, nariz), pero no se limitan a ella, pues cualquier zona corporal puede ser la que cause insatisfacción… También es común la preocupación por la asimetría percibida en algunas partes del cuerpo (“tengo una mano más grande que la otra”, o bien “mi cadera izquierda tiene celulitis, y no así la cadera derecha”).

"Siempre me estoy mirando al espejo..."

Tras esa percepción y la preocupación consiguiente, el paciente realiza una comprobación constante de ese detalle del aspecto físico (que por otra parte ya he mencionado que puede ser totalmente normal, o como mucho existir un leve defecto). Pueden llevar a cabo comportamientos o actos mentales (como comparaciones) repetitivos y excesivos. El individuo que sufre este trastorno se siente impulsado a realizar estas conductas que no son placenteras, le ocupan tiempo y además no puede controlar. Lo habitual es que compare su apariencia con la de otras personas, se mire constantemente al espejo o a cualquier superficie reflectante (en un intento vano de tranquilizarse), ocupen gran parte de su tiempo en prepararse y disimular su aspecto, toqueteando las partes que les preocupan, y lanzándose a una búsqueda sin tregua de tratamientos cosméticos que les mejoren.

Tanto las comprobaciones como el resto de actos, no tranquilizan, como  sucede con todas las comprobaciones que devienen en la esfera obsesiva, al contrario, inquietan todavía más a la persona atacada por esta preocupación… y en grado extremo aparece una auténtica distorsión de la imagen corporal de dicha zona.

"Que espaldas tan anchas..."

Pueden tratarse de pacientes tan obstinados en sus quejas y tan impermeables al sentido común que en ocasiones consiguen ser intervenidos quirúrgicamente ya que es difícil que se conformen con su aspecto o evalúen correctamente la naturaleza de su problema. Las quejas están muy relacionadas con los cánones estéticos al uso, pero en contra de lo que cabría esperar, afecta por igual a hombres y a mujeres.

Todos conocemos a hermosas mujeres que lo sufren


Michael Jackson, un ídolo. Pero también el paradigma del "Trastorno dismórfico corporal"


Estos pacientes, aunque no son enfermos delirantes en estricta consideración psicopatológica, son tan resistentes al razonamiento lógico y tan poco influenciables por la evidencia, que resulta difícil que acepten un abordaje psiquiátrico o psicológico para su padecimiento, aunque cuando se tratan mejoran extraordinariamente de su particular obsesión.

Este trastorno se había clasificado entre los llamados “Trastornos somatomorfos” o psicosomáticos. Desde la aparición del DSM-5 se incluye en la categoría de los “Trastornos obsesivos” (que por otra parte, y según mi opinión,  ha devenido excesivamente heterogénea).  

Dentro del “Trastorno dismórfico corporal” se ha descrito también una subcategoría que es la “dismorfia muscular” que se da casi exclusivamente en varones y consiste en la preocupación por la idea de que el cuerpo es demasiado pequeño o insuficientemente musculado. Una mayoría de estas personas realizan ejercicio y dieta en forma abusiva, causándose en ocasiones daños corporales.







domingo, 12 de abril de 2015

GALEOTES Y GALERAS (El estrés laboral)

Galeotes remando en la galera al ritmo del tambor ...



        “Uf, tengo un estrés bestial en el trabajo”

¿Cuántas veces oímos esta frase en una conversación con un familiar, con la propia pareja, con amigos? Y sin mencionar las veces que mis pacientes responden afirmativamente a la pregunta sobre las condiciones laborales en que trabajan.




En las publicaciones que tratan del tema se alude como fuentes más comunes del estrés laboral:

·       Sueldos bajos
·       Sobrecarga laboral
·       Escasas oportunidades de promoción
·       Trabajos que no suponen un reto
·       No tener control sobre las decisiones de trabajo





A estas razones yo añadiría además:  

a) Situaciones de desavenencias en el entorno de trabajo (no necesariamente con los superiores, también puede ser con compañeros).



     b) Indefinición de las tareas que uno realiza (o que debiera realizar).













c) Interiorización de la idea de que siempre hay que estar disponible (la mensajería instantánea: mails y grupos de whatsup laborales son instrumentos que generan esta idea errónea, claro está siempre atizada por algún jefe exigente que demanda tu inmediata atención estés o no en horario laboral).




d) La precariedad laboral, cuando se desconoce la continuidad de nuestro empleo.



e) A todo esto, posiblemente la mayor fuente de estrés laboral sea el hecho de no tener trabajo. De esto me referiré en otra ocasión.




Para el manejo del estrés asociado al trabajo, serían importantes una serie de pasos:


1.  Identificar qué es lo que nos agobia:

Una medida obvia, y que a veces puede dar un poco de reparo, es llevar un registro/diario durante un período de tiempo. Con ello se pretende averiguar que situaciones generan mayor incomodidad y como respondemos a ellas.

Es importante registrar la situación, las personas y circunstancias involucradas, e incluso la situación física. Anotar los pensamientos que tuvimos en ese momento y los sentimientos que se nos generaron, también nuestra reacción: si experimentamos algún síntomas físico (taquicardia, dolor de cabeza, temblor en la voz…), si respondimos airadamente (elevando el tono de voz y mostrándonos enfadados), si nos escabullimos de la situación (nos fuimos al baño o a la máquina de café).



Una vez realizada alguna anotación, se debe analizar honestamente la situación, por ejemplo, si recibes una reprimenda o una indicación negativa sobre cómo estás realizando alguna de tus tareas, aunque en el momento te hayas sentido ofendido es vital que con frialdad examines si la crítica es cierta, adecuada, desmesurada, y si debes corregir algo en tu forma de trabajar, hay que hacerlo. Es decir, separar contenido y forma.


2.   Cambiar el arquetipo de nuestras respuestas, las cuales en sí mismas pueden representar un problema:

Puede tratarse de muchas cosas, pero es posible que a través del registro anterior nos demos cuenta de que somos vulnerables a la crítica (independientemente de que sea cierta o no) y nos enfadamos o nos sentimos muy empequeñecidos.



También hay personas que son poco asertivas y no saben poner límites en su trabajo, siempre les parece que han de dar una respuesta afirmativa a todo lo que se les pide… y van acumulando trabajo, pero con gran rencor hacia aquellos que se lo entregan, con lo que llega un día que en lugar de un correcto “Ahora no puedo tengo que acabar otras cosas también urgentes”, pueden montar una escena o acabar casi llorando. Con lo cual esa respuesta da origen a otro problema de autoimagen: “No sé decir las cosas con calma, siempre pierdo los papeles”.



3.  Establecer límites

En el actual mundo de las relaciones digitales, es fácil sentirse angustiado ante la posibilidad de tener que estar disponible continuamente. Por ello, hay que establecer algunos límites entre el trabajo y la vida personal, porque además fijar límites claros entre la vida laboral y personal reduce el estrés asociado a los posibles conflictos de conciliación.

En nuestro contrato laboral está fijado un horario de trabajo que hay que cumplir. Es evidente, que cuanto más arriba en el organigrama de la institución, más laxo se vuelve este horario en todos los sentidos (positivo y negativo) porque se espera de los cargos de alta responsabilidad atención y dedicación. Si su trabajo es de esta índole, seguramente dispone de ayuda para realizarlo, tanto medios como personal asistente, y es muy importante para la gestión del estrés confiar en estas personas (no siempre sabemos delegar).  



Todos los trabajos son importantes, pero no por ello debemos actuar como “ejecutivos conectados a todas las sedes bursátiles del mundo”. Es decir, analicemos si nuestra implicación laboral dentro del trabajo es buena y productiva, a partir de ahí, desconectemos fuera del trabajo. Seamos sinceros también con nosotros mismos, ¿es preciso que consultemos el correo desde casa por la noche? Seguro que la respuesta es que algunas veces si era importante, pero la mayoría de las veces, no lo era. Bien, ocasionalmente se puede hacer una excepción, pero no es bueno ni saludable convertir esa excepción en norma.


Por lo general, observo que se abusa del e-mail para las comunicaciones en las empresas, a veces gente que trabaja en el mismo espacio se envía este tipo de correos, quizá ¿para que quede constancia? También hay personas que están consultando su correo electrónico continuamente, mientras realizan otras tareas. 




A mi modo de ver es bastante efectivo determinar un tiempo de lectura de los correos, ya en nuestro lugar de trabajo y como primera tarea de nuestra jornada (y así vemos que quedó pendiente mientras no estuvimos, o aquello que nos mandaron los que están fuera de nuestro huso horario), con ello distribuiremos nuestra jornada adecuadamente. A lo largo del día puede volver a consultarse (a mi entender dos veces más como máximo), ya que si algo que nos compete es más urgente, seguro que nos lo comunican telefónicamente. (Creo que hace poco vi un chiste gráfico en el que un empleado se afanaba a enviar un mail a todos sus compañeros para advertirles que había un incendio en la empresa… mientras se veían las llamas  el humo que le rodeaban).


4.  Hable con su jefe:

Todo buen jefe debería saber que los empleados más contentos y más saludables son los más productivos, con lo que este es un incentivo claro para que un buen gestor de personas promueva el bienestar de los empleados. Aunque en ocasiones ese jefe -a su vez- puede ser otra víctima del estrés.


Es bueno entablar una conversación abierta con el jefe. No para presentar una lista de quejas y agravios, sino para sugerir un plan que controle aquellas situaciones de estrés que hayas identificado para poder realizar mejor tu trabajo. Ello implica, claro está, una preparación previa a tal fin, y los objetivos de este plan deberían incluir mejorar tus habilidades en áreas como la gestión del tiempo, clarificar que se espera de ti, e incluso si lo consideras apropiado hacer cambios en tu ambiente de trabajo físico.


5.  El mito de desconectar

Digo bien, mito. Está claro que hay un tiempo para el trabajo y un tiempo para la vida personal y en esta caben (o deberían caber) muchas cosas: familia, amigos, actividad física, aficiones, nuestro autocuidado, nuestras gestiones… Algunas de las cosas de la vida personal son gratificantes, pero otras no lo son (que levante el dedo a quién le guste hacer gestiones burocráticas, rellenar formularios o la declaración de renta).





Con ello quiero decir que de la misma manera que no es bueno “llevarse el trabajo a casa”, tampoco lo es emplear buena parte de nuestro tiempo de trabajo en gestiones personales (siempre hay excepciones y temas importantes, claro), porque si vamos interrumpiendo continuamente nuestra tarea posiblemente lo único que consigamos es tener que añadir tiempo extra a nuestra jornada laboral.



En resumen, habría que desconectar en los dos sentidos. Por otra parte, si ocasionalmente algo se nos requiere desde el trabajo en nuestro tiempo de descanso, tampoco hay que vivirlo como una ofensa o un agravio, siempre que sea una excepción. En realidad, la molestia que nos produce saber algo de nuestro trabajo cuando no estamos en él, es una señal inicial de nuestro estrés, ya que la persona que sufre estrés laboral desarrolla casi una fobia al mismo. Los fines de semana no se disfrutan porque se está esperando la llegada del lunes con gran amargura…

Pero volvamos al “desconectar” y ya nos entendemos. Ante todo,  cuidar de los hábitos saludables: dormir las horas suficientes y con buena calidad de sueño, una dieta equilibrada, evitar el consumo de alcohol (especialmente para relajarse de la jornada laboral). Ser organizados también en nuestras tareas domésticas y de gestión ya que si nuestro hábitat es un espacio ordenado y sin tumultos se reduce nuestro estrés global. Dedicar tiempo a las personas que queremos (que obviedad) nos aporta grandes beneficios a nuestra salud, incluso acariciar a una mascota (está bien estudiado esta cuestión si la mascota es un perro o un gato) nos disminuye la presión arterial y las pulsaciones cardíacas.



Y un poquito de tiempo para nosotros mismos, aunque sea solo un poquito cada día, un breve paseo, leer el diario con calma, unas páginas de un buen libro y aunque suene paradójico, evite los libros de autoayuda (lea una buena novela) y las pantallas (al menos antes de ir a dormir).

Disfrute de las vacaciones y de su tiempo libre... y si lo precisa, consulte a un profesional. 






Como veis he utilizado viñetas del genial humorista gráfico español Antonio Fraguas Forges (Madrid, 1948).  

Forges es un humorista que utiliza un personal trazo de línea gruesa y un lenguaje extraído directamente de la calle, aunque ha inventado palabras y modismos léxicos. En su obra ocupa un lugar fundamental el costumbrismo y la crítica social.