domingo, 22 de marzo de 2015

TERAPIA



Ruinas de las Termas de Caracalla, en Roma

En medicina, tratamiento o terapia (palabra que -como no- proviene del griego therapeia = tratamiento médico) es el conjunto de medios de cualquier tipo -ya sea higiénicos, farmacológicos, físicos, o quirúrgicos- cuya finalidad es la curación o el alivio de los síntomas o las enfermedades.  

"Goya atendido por Arrieta", pintado por el propio Goya en 1820


Como me encanta Cortázar, no me resisto a compartir un breve relato suyo, de su libro "Historia de cronopios y de famas"



TERAPIA



Un croponio se recibe de médico y abre un consultorio en la calle Santiago del Estero. En seguida viene un enfermo y le cuenta cómo hay cosas que le duelen y cómo de noche no duerme y de día no come.

-Compre un gran ramo de rosas -dice el cronopio.

El enfermo se retira sorprendido, pero compra el ramo y se cura instantáneamente. Lleno de gratitud acude al cronopio, y además de pagarle le obsequia, fino testimonio, un hermoso ramo de rosas. Apenas se ha ido el cronopio cae enfermo, le duele por todos los lados, de noche no duerme y de día no come.


El sentir del paciente y su solución:





 FELIZ PRIMAVERA




sábado, 14 de marzo de 2015

El paso del tiempo (DEPRESIÓN)



Casi todos los adultos afirmaríamos que el tiempo pasa muy aprisa. Que se nos escurre de entre los dedos, ahora mismo estamos a mediados de marzo, casi no nos hemos recuperado de las comilonas de las fiestas… que a la vez quedan muy lejanas en nuestro recuerdo. Está a punto de llegar la primavera y con ello las mini-vacaciones de Semana Santa y tras eso el último trimestre de curso, verano… y casi sin que nos demos cuenta volverán a colgar las luces en las calles para celebrar una nueva Navidad.




Y entonces nos acordamos de nuestra infancia cuando la percepción del tiempo era muy diferente. Una tarde podía ser larguísima y preguntábamos a nuestros padres cuando iba a ser de nuevo nuestro cumpleaños, o cuando sería domingo o fiesta en el colegio o cuando llegarían los Reyes Magos. Y esos intervalos eran eternos, mejor dicho eteeeeeeeeernos. Nos entraba prisa por hacernos mayores y tener más privilegios, y nos aburríamos (bendito aburrimiento), todavía no sabíamos todavía que el gran privilegio era disponer de tiempo y de la posibilidad de aburrirse.

Qué larga es la infancia


No sé si los niños de hoy en día -hiperestimulados tanto en el colegio con sus múltiples y variadas actividades y también con su calendario de extra-escolares, su agenda social repleta de cumpleaños, la televisión, dvd, blurays, películas, sus maquinitas para jugar (y las nuestras que les prestamos para que no molesten), sus mini-smartphones y demás artilugios que atesoran- tienen esa sensación que teníamos aquellos que calzamos más de cincuenta: la sensación de lentitud del tiempo, que larga fue nuestra infancia. Quizá no, posiblemente sea una cuestión de estímulos.

Vuelvo de nuevo a la percepción del tiempo en los adultos.  Clásicamente siempre se había descrito que los pacientes afectos con depresión (y especialmente dentro de la categoría que llamábamos endógena o endogenomórfica) percibían el paso del tiempo con mayor lentitud . Aunque esta percepción no era la propia de la infancia, sino que esa lentitud ese arrastrarse del tiempo era más bien angustioso, como si uno estuviera suspendido en un “agujero negro” y no supiera que hacer, que pensar o como salir de allí y de ese estado de vacío tremendo y opresivo.

Estar con depresión es vivir en un paisaje oscuro


Pues bien, un estudio reciente de la Universidad Johannes Gutenberg de la alemana ciudad de Mainz ha cotejado estudios sobre el tema, hallando que en comparación con los individuos sanos las personas con depresión tienen una sensación subjetiva de que el tiempo pasa más lentamente. No así cuando se les pide juzgar la duración de un intervalo de tiempo específico (por ejemplo segundo o varios minutos), entonces las estimaciones son tan precisas como las de los sujetos sanos.

Es decir, a las personas con depresión “el cronómetro” les funciona bien, no así su valoración del transcurso del tiempo (o el sentido subjetivo del tiempo).

¿Por qué no transcurre el tiempo?



¿Cómo puede suceder tal discrepancia?

Recapitulemos, el sentido subjetivo del tiempo es lo que hace que tengamos una noción del pasado, del presente y del futuro y está influenciada por muchos factores externos e internos a nuestro organismo. El tiempo vuela cuando lo estamos pasando bien, cuando nos gusta lo que hacemos, cuando estamos motivados, cuando en lo que estamos es nuevo o estamos muy ocupados. Contrariamente, el tiempo parece detenerse cuando lo pasamos mal, esperamos con impaciencia, tenemos prisa, estamos enfermos, cansados o incómodos.

En el cerebro humano no existe un único reloj biológico que marque el tiempo subjetivo, sino que quizá diferentes relojes que incluso pueden no estar sincronizados. De hecho, son muchas las partes del cerebro que han sido involucradas en esta percepción: el cortex auditivo y visual, la corteza prefrontral, los ganglios basales e incluso el cerebelo. Una red amplia de neuronas podría estar entonces implicada en esta percepción subjetiva, aunque existe una cierta especialización. Y desde luego, en la depresión, los procesos cerebrales no están funcionando bien.

El drama de la enfermedad que llamamos depresión, es que los pacientes que la sufren están experimentando eso, un sufrimiento y una agonía que además queda como “suspendida” en el tiempo, al percibirlo con exasperante lentitud.

Atrapado en la angustia y el desánimo


Imaginemos algún dolor físico (un dolor de muelas) que nos dure unas tres o cuatro horas, una tarde… pero que lo percibiéramos como si nunca fuera a acabar. Pues bien, los pacientes con depresión prefieren (aunque no hay posibilidad de hacer el canje) un dolor físico intenso que el dolor moral de la tristeza, la angustia y la desesperanza que acompaña al estado de ánimo que se presenta en un cuadro depresivo.








domingo, 1 de marzo de 2015

Trastorno de Pánico: una enfermedad real

El dios griego Pan, de quien proviene la etimología de la palabra pánico


-Todo empezó hace unos diez meses… Un día estaba haciendo la compra en el súper de mi barrio cuando noté que no centraba bien la vista y que era como si se me arremolinaran todos los productos de las estanterías. De repente, empecé a notar algo raro, no sé cómo explicarlo. Me entró una flojera, no más bien un temblor que desde las piernas me subía como una oleada por el cuerpo y me llegaba hasta el pecho… y entonces el corazón se puso a latir con fuerza, las pulsaciones me iban a mil y me di cuenta de que apenas podía respirar y noté un dolor en la zona, no exactamente dolor, más bien como si algo me oprimiera. 




-Creo que pensé, ya está, esto es un infarto y aquí se ha acabado todo… No recuerdo bien si yo me dirigí hacia la caja (y había una cola…) porque quería salir a la calle a respirar,  o si alguna otra clienta vino a socorrerme. Pero me trajeron una silla y a mi alrededor todo el mundo intentaba tranquilizarme, pero tenían cara de alarma, y oí comentarios como “que pálida está”. Ya le digo que era en la tienda que compro habitualmente y me conocen, estaban llamando a una ambulancia pero antes llegó mi marido que había acabado de hacer otros recados y venía a ayudarme con los paquetes. Lo que si recuerdo bien es que estaba aterrorizada como nunca lo había estado en mi vida. No sé de qué manera llegué hasta nuestro coche, porque aquello no paraba…




-Me llevaron a Urgencias, y cuando llegué creo que estaba un poco mejor, pensaba que allí me operarían o algo, si era un infarto… Me hicieron análisis, y un electro, me pusieron una inyección y más o menos se me pasó. El médico dijo que no había sido nada, que era “de los nervios”, y me dio una receta para que lo tomara durante una semana y luego lo dejara. Bueno, pues así fue como empezó este calvario.


La persona que me está contando esto es Alícia, se la ve preocupada y tensa, pero se esfuerza en mantener la calma, y se expresa con precisión.  Tiene treinta y seis años, está casada y tiene dos hijos pequeños; trabaja como administrativa. Acude a la consulta porque desde hace tiempo experimenta ataques de pánico, que le han producido una gran limitación de su calidad de vida.

Pero, prosigue su relato:

-Después de ese ataque, yo le llamo el “yuyu”, vaya cuando salí del hospital, mi marido me preguntó si me había quedado tranquila, me encontraba mejor, no tenía taquicardia ni nada, pero no estaba totalmente tranquila. En ese momento ya noté una aprensión y creo que pensé “espero que esto no me dé nunca más”… Cómo me equivocaba. Me tomé la medicación que me dieron (era una pastilla por la noche) pero al cabo de tres o cuatro días me vino otro “yuyu”, por suerte menos fuerte, estaba sacando el coche del aparcamiento de mi empresa y se me produjo tal miedo otra vez, que tuvo que atenderme el médico de la empresa, luego me llevó a mi casa un compañero que vive cerca…



-A partir de aquí, ya tenía miedo de ir al trabajo, enseguida empecé a pensar, “y si me da esto en el coche, cuando llevo a los niños al colegio”. Solución, los llevaba mi marido. Como me dieron otros ataques (otra vez en el súper, “que vergüenza”, en otras tiendas… y en otra ocasión en un restaurante, cenando con amigos), cuando tenía que ir a comprar o ir a alguna cafetería ya me ponía nerviosa y ponía excusas. La verdad, es que cada vez estoy más intranquila, porque cuando no tengo ataques estoy siempre muy alarmada, estoy mejor en mi casa, con los míos o en casa de mi madre. Y cuando viene el “yuyu” a pesar de haberlo vivido, podemos acabar en Urgencias, ya he ido varias veces, y entonces mi marido se impacienta, “pero no sabes que es nervioso, te lo tienes que controlar”. Empecé a hacer más ejercicio, para relajarme y “soltar adrenalina” como dicen, pero en el gimnasio me dio dos veces… Me borré.




-Cómo mi marido viaja por su trabajo, mi madre viene a hacerme compañía cuando él no está. Creo que toda mi familia está harta de esta situación, me ayudan en lo que pueden, pero como le digo no lo acaban de entender… Hace mes y medio que estoy de baja, porque le tengo mucho miedo a desplazarme al trabajo, y encima en la oficina hice “el número” en un par de ocasiones; no cojo el coche, pero el transporte público es peor, me aterra, sobre todo el metro. Y como le digo, al principio me acompañaba al trabajo algún compañero, pero tampoco estoy tranquila si no voy con alguien de total confianza. O sea que recurro a alguien de mi familia, pero no siempre pueden… Hoy me ha acompañado mis padres, los dos, pobres… están muy preocupados por mí “¿qué te pasa hija, no eres feliz?” me dicen. 



-La verdad es que  me siento una fracasada, una inútil, porque si esto es de los nervios, como es que no lo puedo superar, yo me consideraba una persona equilibrada.  Pero en realidad, el temor es más grande que mi voluntad. Siempre estoy tensa, y ahora además bastante triste y también chafada”


Desde luego, Alicia está sufriendo de un cuadro de ansiedad que los psiquiatras en nuestro afán clasificador denominamos “Trastorno de pánico”, esto es un cuadro que se caracteriza por la repetición inesperada de este tipo de crisis de miedo que se acompañan de una importante sintomatología vegetativa, y la sensación de muerte inminente o también de temor a perder la razón.


En el momento de la crisis se produce una activación en determinadas zonas cerebrales, que a su vez producen una serie de síntomas dramáticamente molestos en el sistema nervioso periférico:


Por otra parte, esta paciente ha desarrollado también síntomas agorafóbicos, esto es, ha ido experimentando una ansiedad anticipatoria frente a la posibilidad de que se repitan sus ataques, lo cual ha hecho que evite las situaciones en las que, o bien se han producido los mismos, o bien perciba la posibilidad de no poder recibir ayuda si los sufre, o sentirse en una situación embarazosa.





El “Trastorno de Pánico” tiene una prevalencia estimada anual alrededor del 3% en adultos y adolescentes en población del mundo occidental. Las mujeres se ven afectadas con más frecuencia que los varones en una proporción 2 a 1, siendo la media de edad de inicio de los síntomas en la edad adulta temprana.

A mi pregunta acerca de sus antecedentes, su salud y sus hábitos Alicia me responde:


-Mi madre tuvo una depresión hace años, cuando yo era niña y luego le repitió hace unos años, siguió un tratamiento y está bien, aunque su psiquiatra le ha dicho que no deje las pastillas, creo que toma poca cosa… Pero, doctora, yo no me encuentro como estaba mi madre…

-Siempre he tenido buena salud, lo único, tuve asma de niña, pero ahora no tengo ataques, aunque por si acaso tengo el inhalador cuando me acatarro. Durante los embarazos me encontré muy bien. No fumo, por suerte, nunca he fumado, y beber casi tampoco, solo si salgo a cenar fuera, nunca he tomado drogas (que miedo). Café, casi no tomo solo un café con leche descafeinado por la mañana… la verdad es que antes de que me diera el primer “yuyu” pasé una temporada tomando mucho café, no sé si tendrá algo que ver.   Verá, me faltan cuatro asignaturas de la carrera, y me propuse acabarlas, me matriculé en una universidad on-line. Pero con el trabajo, la casa y los niños, lo que hacía era aprovechar las noches para estudiar, y así aprobé dos asignaturas durmiendo poco a base de cortados… Estaba tan contenta y satisfecha de mí. Ahora, no sería capaz, me faltan las fuerzas.




-Unos meses antes de mi primera crisis pasé muchos nervios también, pero nada parecido a lo de ahora, y era totalmente justificado: mi empresa había sido absorbida por una multinacional y corrían muchos rumores de cambios y de despidos. Al final yo me quedé, fíjese y ahora estoy de baja, con lo que mi jefe había confiado en mí.


Existen factores de riesgo que pueden influir en la presentación de las crisis de pánico: algunos genéticos y fisiológicos, puesto que hay múltiples genes que confieren vulnerabilidad para este trastorno. Asimismo hay un aumento del riesgo para este cuadro clínico entre los hijos de aquellos que han sufrido cuadros de ansiedad, depresión y trastornos bipolares.

Por otra parte, hay multitud de trastornos médicos asociados con síntomas de ansiedad, por lo que debe descartarse las causas orgánicas. También algunos medicamentos, como los compuestos antigripales, medicaciones contra el asma o corticoides pueden favorecer la aparición de crisis en personas predispuestas.

Una multitud de sustancias, como la cafeína pueden precipitar crisis, con el agravante –como es el caso de Alicia- que la disminución de horas de sueño también incrementa la probabilidad de presentación de crisis de pánico. Tabaco, alcohol y cannabis también pueden desencadenarlas, y especialmente la cocaína, por su elevada afinidad catecolaminérgica.

En cuanto a factores ambientales, la mayoría (aunque no siempre) de las personas refieren factores de estrés identificables en los meses previos a su primer ataque de pánico.

        -Doctora ¿me pondré bien?

Respondo a Alicia con la mayor claridad y honestidad. Aunque en algunos casos el trastorno de pánico puede prolongarse (ella ya lo ha vivido así), disponemos de recursos tanto farmacológicos como psicológicos para este proceso. Muchos pacientes con cuadros de ansiedad sienten prevención ante los tratamientos “con pastillas”, en parte por la mala fama de los psicofármacos, y también en parte por la corriente “naturalística” que explica enfermedades psíquicas reales como algo poco menos que esotérico. Espero no pecar de prepotencia cuando le digo:


        -Sí Alicia, vamos a hacer todo lo necesario para que te pongas bien.