El dios griego Pan, de quien proviene la etimología de la palabra pánico |
-Todo empezó hace unos
diez meses… Un día estaba haciendo la compra en el súper de mi barrio cuando
noté que no centraba bien la vista y que era como si se me arremolinaran todos
los productos de las estanterías. De repente, empecé a notar algo raro, no sé
cómo explicarlo. Me entró una flojera, no más bien un temblor que desde las
piernas me subía como una oleada por el cuerpo y me llegaba hasta el pecho… y entonces
el corazón se puso a latir con fuerza, las pulsaciones me iban a mil y me di
cuenta de que apenas podía respirar y noté un dolor en la zona, no exactamente
dolor, más bien como si algo me oprimiera.
-Creo que pensé, ya está, esto es un
infarto y aquí se ha acabado todo… No recuerdo bien si yo me dirigí hacia la
caja (y había una cola…) porque quería salir a la calle a respirar, o si alguna otra clienta vino a socorrerme.
Pero me trajeron una silla y a mi alrededor todo el mundo intentaba
tranquilizarme, pero tenían cara de alarma, y oí comentarios como “que pálida
está”. Ya le digo que era en la tienda que compro habitualmente y me conocen, estaban
llamando a una ambulancia pero antes llegó mi marido que había acabado de hacer
otros recados y venía a ayudarme con los paquetes. Lo que si recuerdo bien es
que estaba aterrorizada como nunca lo había estado en mi vida. No sé de qué manera llegué hasta nuestro
coche, porque aquello no paraba…
-Me llevaron a Urgencias,
y cuando llegué creo que estaba un poco mejor, pensaba que allí me operarían o
algo, si era un infarto… Me hicieron análisis, y un electro, me pusieron una
inyección y más o menos se me pasó. El médico dijo que no había sido nada, que
era “de los nervios”, y me dio una receta para que lo tomara durante una semana
y luego lo dejara. Bueno, pues así fue como empezó este calvario.
La persona que me
está contando esto es Alícia, se la ve preocupada y tensa, pero se esfuerza en
mantener la calma, y se expresa con precisión. Tiene treinta y seis años, está casada y tiene
dos hijos pequeños; trabaja como administrativa. Acude a la consulta porque
desde hace tiempo experimenta ataques de pánico, que le han producido una gran
limitación de su calidad de vida.
Pero, prosigue
su relato:
-Después de ese ataque,
yo le llamo el “yuyu”, vaya cuando salí del hospital, mi marido me preguntó si
me había quedado tranquila, me encontraba mejor, no tenía taquicardia ni nada,
pero no estaba totalmente tranquila. En ese momento ya noté una aprensión y
creo que pensé “espero que esto no me dé nunca más”… Cómo me equivocaba. Me
tomé la medicación que me dieron (era una pastilla por la noche) pero al cabo
de tres o cuatro días me vino otro “yuyu”, por suerte menos fuerte, estaba
sacando el coche del aparcamiento de mi empresa y se me produjo tal miedo otra
vez, que tuvo que atenderme el médico de la empresa, luego me llevó a mi casa
un compañero que vive cerca…
-A partir de aquí, ya
tenía miedo de ir al trabajo, enseguida empecé a pensar, “y si me da esto en el
coche, cuando llevo a los niños al colegio”. Solución, los llevaba mi marido. Como
me dieron otros ataques (otra vez en el súper, “que vergüenza”, en otras
tiendas… y en otra ocasión en un restaurante, cenando con amigos), cuando tenía
que ir a comprar o ir a alguna cafetería ya me ponía nerviosa y ponía excusas.
La verdad, es que cada vez estoy más intranquila, porque cuando no tengo
ataques estoy siempre muy alarmada, estoy mejor en mi casa, con los míos o en
casa de mi madre. Y cuando viene el “yuyu” a pesar de haberlo vivido, podemos
acabar en Urgencias, ya he ido varias veces, y entonces mi marido se
impacienta, “pero no sabes que es nervioso, te lo tienes que controlar”. Empecé
a hacer más ejercicio, para relajarme y “soltar adrenalina” como dicen, pero en
el gimnasio me dio dos veces… Me borré.
-Cómo mi marido viaja por
su trabajo, mi madre viene a hacerme compañía cuando él no está. Creo que toda
mi familia está harta de esta situación, me ayudan en lo que pueden, pero como
le digo no lo acaban de entender… Hace mes y medio que estoy de baja, porque le
tengo mucho miedo a desplazarme al trabajo, y encima en la oficina hice “el
número” en un par de ocasiones; no cojo
el coche, pero el transporte público es peor, me aterra, sobre todo el metro. Y
como le digo, al principio me acompañaba al trabajo algún compañero, pero
tampoco estoy tranquila si no voy con alguien de total confianza. O sea que
recurro a alguien de mi familia, pero no siempre pueden… Hoy me ha acompañado
mis padres, los dos, pobres… están muy preocupados por mí “¿qué te pasa hija,
no eres feliz?” me dicen.
-La verdad es que me siento una fracasada, una inútil, porque si
esto es de los nervios, como es que no lo puedo superar, yo me consideraba una
persona equilibrada. Pero en realidad,
el temor es más grande que mi voluntad. Siempre estoy tensa, y ahora además
bastante triste y también chafada”
Desde luego,
Alicia está sufriendo de un cuadro de ansiedad que los psiquiatras en nuestro
afán clasificador denominamos “Trastorno de pánico”, esto es un cuadro que se
caracteriza por la repetición inesperada de este tipo de crisis de miedo que se
acompañan de una importante sintomatología vegetativa, y la sensación de muerte
inminente o también de temor a perder la razón.
En el momento de la crisis se produce una activación en determinadas zonas cerebrales, que a su vez producen una serie de síntomas dramáticamente molestos en el sistema nervioso periférico:
Por otra parte,
esta paciente ha desarrollado también síntomas agorafóbicos, esto es, ha ido
experimentando una ansiedad anticipatoria frente a la posibilidad de que se
repitan sus ataques, lo cual ha hecho que evite las situaciones en las que, o
bien se han producido los mismos, o bien perciba la posibilidad de no poder recibir
ayuda si los sufre, o sentirse en una situación embarazosa.
El “Trastorno de
Pánico” tiene una prevalencia estimada anual alrededor del 3% en adultos y
adolescentes en población del mundo occidental. Las mujeres se ven afectadas
con más frecuencia que los varones en una proporción 2 a 1, siendo la media de
edad de inicio de los síntomas en la edad adulta temprana.
A mi pregunta
acerca de sus antecedentes, su salud y sus hábitos Alicia me responde:
-Mi madre tuvo una
depresión hace años, cuando yo era niña y luego le repitió hace unos años,
siguió un tratamiento y está bien, aunque su psiquiatra le ha dicho que no deje
las pastillas, creo que toma poca cosa… Pero, doctora, yo no me encuentro como
estaba mi madre…
-Siempre he tenido buena
salud, lo único, tuve asma de niña, pero ahora no tengo ataques, aunque por si
acaso tengo el inhalador cuando me acatarro. Durante los embarazos me encontré
muy bien. No fumo, por suerte, nunca he fumado, y beber casi tampoco, solo si
salgo a cenar fuera, nunca he tomado drogas (que miedo). Café, casi no tomo
solo un café con leche descafeinado por la mañana… la verdad es que antes de
que me diera el primer “yuyu” pasé una temporada tomando mucho café, no sé si
tendrá algo que ver. Verá, me faltan cuatro asignaturas de la carrera,
y me propuse acabarlas, me matriculé en una universidad on-line. Pero con el
trabajo, la casa y los niños, lo que hacía era aprovechar las noches para
estudiar, y así aprobé dos asignaturas durmiendo poco a base de cortados…
Estaba tan contenta y satisfecha de mí. Ahora, no sería capaz, me faltan las
fuerzas.
-Unos meses antes de mi
primera crisis pasé muchos nervios también, pero nada parecido a lo de ahora, y
era totalmente justificado: mi empresa había sido absorbida por una
multinacional y corrían muchos rumores de cambios y de despidos. Al final yo me
quedé, fíjese y ahora estoy de baja, con lo que mi jefe había confiado en mí.
Existen factores
de riesgo que pueden influir en la presentación de las crisis de pánico:
algunos genéticos y fisiológicos, puesto que hay múltiples genes que confieren
vulnerabilidad para este trastorno. Asimismo hay un aumento del riesgo para
este cuadro clínico entre los hijos de aquellos que han sufrido cuadros de
ansiedad, depresión y trastornos bipolares.
Por otra parte,
hay multitud de trastornos médicos asociados con síntomas de ansiedad, por lo
que debe descartarse las causas orgánicas. También algunos medicamentos, como
los compuestos antigripales, medicaciones contra el asma o corticoides pueden
favorecer la aparición de crisis en personas predispuestas.
Una multitud de
sustancias, como la cafeína pueden precipitar crisis, con el agravante –como es
el caso de Alicia- que la disminución de horas de sueño también incrementa la probabilidad
de presentación de crisis de pánico. Tabaco, alcohol y cannabis también pueden
desencadenarlas, y especialmente la cocaína, por su elevada afinidad
catecolaminérgica.
En cuanto a
factores ambientales, la mayoría (aunque no siempre) de las personas refieren
factores de estrés identificables en los meses previos a su primer ataque de
pánico.
-Doctora ¿me
pondré bien?
Respondo a
Alicia con la mayor claridad y honestidad. Aunque en algunos casos el trastorno
de pánico puede prolongarse (ella ya lo ha vivido así), disponemos de recursos
tanto farmacológicos como psicológicos para este proceso. Muchos pacientes con
cuadros de ansiedad sienten prevención ante los tratamientos “con pastillas”,
en parte por la mala fama de los psicofármacos, y también en parte por la
corriente “naturalística” que explica enfermedades psíquicas reales como algo
poco menos que esotérico. Espero no pecar de prepotencia cuando le digo:
-Sí Alicia,
vamos a hacer todo lo necesario para que te pongas bien.
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