sábado, 18 de julio de 2015

Hipócrates y la relación psiquiatra-paciente



A lo largo de esta semana he leído en la prensa que unas veinte personas (o quizá algunas mas) han denunciado a un psiquiatra de Sevilla por abusos sexuales y mala praxis. El Colegio de Médicos de la ciudad, la Fiscalía e incluso el Arzobispado han abierto diligencias para la investigación del caso.

No conozco al susodicho colega, del cual prefiero omitir el nombre (aunque ha sidoampliamente ventilado en la prensa), no puedo pronunciarme sobre la veracidad de los hechos (no es mi asunto) y aunque a los médicos nos acusen de corporativismo, la sola sospecha de que las acusaciones tengan visos de realidad me duelen como persona y me indignan como médico.

La relación médico-paciente (y por ende la relación entre psiquiatra y paciente) debe ser algo sagrado para el profesional que ejerce este nuestro oficio: el vínculo entre médico y paciente se basa en una relación fiduciaria, esto es, una relación de confianza. Esto significa que el paciente, en estado de necesidad entrega su confianza al profesional para obtener ayuda, curación, alivio o consuelo.  



Por tanto, el médico y posiblemente de entre todos los especialistas en mayor medida el psiquiatra, tiene que responder a tal donación de confianza con corrección técnica y ética, evitando abusar del poder que le ha sido otorgado.

La ética médica, disciplina que tiene su punto de partida en la Antigüedad, está simbolizado por el Juramento Hipocrático, cuya doctrina ha tenido gran influencia en el ejercicio de la profesión hasta nuestros días.



“Juro por Apolo, médico, por Esculapio, Higía y Panacea y pongo por testigos a todos los dioses y diosas, de que he de observar el siguiente juramento, que me obligo a cumplir en cuanto ofrezco, poniendo en tal empeño todas mis fuerzas y mi inteligencia.

Tributaré a mi maestro de Medicina el mismo respeto que a los autores de mis días, partiré con ellos mi fortuna y los socorreré si lo necesitaren; trataré a sus hijos como a mis hermanos y si quieren aprender la ciencia, se la enseñaré desinteresadamente y sin ningún género de recompensa.

Instruiré con preceptos, lecciones orales y demás modos de enseñanza a mis hijos, a los de mi maestro y a los discípulos que se me unan bajo el convenio y juramento que determine la ley médica, y a nadie más.

Estableceré el régimen de los enfermos de la manera que les sea más provechosa según mis facultades y a mí entender, evitando todo mal y toda injusticia. No accederé a pretensiones que busquen la administración de venenos, ni sugeriré a nadie cosa semejante.
Pasaré mi vida y ejerceré mi profesión con inocencia y pureza.

En cualquier casa donde entre, no llevaré otro objetivo que el bien de los enfermos; me libraré de cometer voluntariamente faltas injuriosas o acciones corruptoras y evitaré sobre todo la seducción de mujeres u hombres, libres o esclavos.

Guardaré secreto sobre lo que oiga y vea en la sociedad por razón de mi ejercicio y que no sea indispensable divulgar, sea o no del dominio de mi profesión, considerando como un deber el ser discreto en tales casos.

Si observo con fidelidad este juramento, séame concedido gozar felizmente mi vida y mi profesión, honrado siempre entre los hombres; sÍ lo quebranto y soy perjuro, caiga sobre mí la suerte contraria.


Todo el juramento se reduce a cuatro elementos que el médico debe contemplara en el ejercicio de su arte:
  • Conocimiento
  •   Sabiduría
  • Humanidad
  • Probidad




Si bien es cierto que en todos los grupos humanos hay individuos que no respetarán las exigencias éticas, es muy grave el comportamiento deshonesto de un médico. 

Pero la traición de un psiquiatra frente al paciente que le deposita su confianza, buscando un tratamiento para un trastorno emocional me parece alarmante en grado sumo, por razones obvias: la vulnerabilidad en que el (o la) paciente se encuentra, por la asimetría de la relación y por las características de aquello que nos cuentan los pacientes (aspectos íntimos de su pensamiento, su conducta, sus emociones, de la esencia de su ser).

Para finalizar, en este caso real cuando una persona se ha decidido a denunciar, le han seguido más de una docena con quejas similares sobre el comportamiento del “galeno”.

Creo que en este caso el estigma de la enfermedad mental ha actuado como mordaza para acallar a estas personas, que en este caso han sufrido por partida doble, mejor dicho por partida triple: por su padecimiento psíquico, por el maltrato recibido y por la vergüenza a contar esta experiencia. Qué triste… que indignante.  




Nota al pie de una psiquiatra perpleja:

En la prensa se ha sugerido que la utilización de psicofármacos (y se han mencionado dos sustancias: "Lexatin" y "Ludiomil" como los instrumentos por los que las pacientes "perdían" la voluntad y se sometían a la del psiquiatra. 

El "Lexatin" es un ansiolítico tipo benzodiacepina de uso común y corriente, y el "Ludiomil"  una sustancia antidepresiva de tipo heterocíclico, menos utilizada por haber sido sustituida por múltiples antidepresivos con un mecanismo de acción más selectivo.

Salvo que fueran usados en dosis extraordinariamente elevadas -las cuales les generarían otros problemas- este tipo de productos no producen un efecto de anulación completa de la voluntad y la cognición. 

Mi impresión es que la entrega de los pacientes  a las manipulaciones del sujeto tienen que ver con otros factores: 

  • autoridad moral que el paciente otorga a su médico
  • autoridad que se atribuye el propio médico al ser una persona significada en su sociedad, incluso al pertenecer a una cofradía religiosa, con el carácter emblemático que a ello se otorga en una ciudad como Sevilla (de ahí las denuncias al Arzobispado) 
  • el estado de vulnerabilidad emocional del paciente
  • el sentimiento de culpabilidad generado a los pacientes, una vez que se preguntan por la naturaleza de la relación con el médico 
  • el temor a ser vista como inductora que no como víctima (como en muchas ocasiones sucede con las personas que sufren abusos sexuales)
  • el temor a generar dolor en su entorno
  • el hecho de vivir en una sociedad  donde la gente te conoce y te pueden señalar con el dedo por ser paciente psiquiátrico


En realidad esto es una aclaración para los miles de pacientes a los que otros profesionales les hayan recetado psicofármacos. 


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