-¿Podré ayudar a esta
persona?
Creo que es la pregunta fundamental
que todo médico debe plantearse ante un paciente. Y todavía más si eres
psiquiatra.
Porque en el ejercicio de la
psiquiatría, decidimos lo que es “normal” y “patológico” de la conducta de esa
persona. Y la frontera entre normal y patológico no siempre es clara, no
siempre es categórica, no siempre es un valor absoluto, sino que es algo que se
difumina en una extensa gama de grises con sus matices, con sus luces y sus
sombras.
Tampoco quiero decir con ello, que
la práctica psiquiátrica sea arbitraria y el especialista decida “al buen
tuntún”. Un buen psiquiatra debe basarse en cuatro pilares: obtener
información, tener formación, hacer un análisis pormenorizado del caso y realizar la toma
de decisiones.
Para obtener la información, debe
escuchar al paciente, hacer las preguntas adecuadas, intentar obtener datos del enfermo, de su familia, de su medio. No me refiero a fríos datos objetivos, sino a entrever mas de esa persona ¿cómo era?, ¿cómo es ahora?, ¿que anhelos tiene o tenía?
La formación es imprescindible y ha
de alcanzar un alta nivel de excelencia, y no hablo de una visión académica y
“polvorienta” de su materia, sino en una constante puesta al día, que incluya
el conocimiento al dedillo de la psicología, la psicopatología, la psiquiatría
y sus tratamientos, tanto biológicos como psicoterapéuticos. Sin olvidar, una buena base en medicina ya que -recordemos- el psiquiatra ante
todo es médico. Por una parte, muchos cuadros de padecimiento psíquico pueden
tener una causa física… y a la inversa, muchos cuadros psiquiátricos se
presentarán con una pléyade de síntomas físicos inexplicables en razón de una lesión
que los justifique.
Con los datos del paciente y el
conocimiento de que disponga el psiquiatra debe analizar el caso. Aquí entra el
“ars médica”, ya que no se trata de
comparar los síntomas que sufra la persona con un manual, sino establecer una
hipótesis diagnóstica que se habrá de comprobar, mediante exploraciones
complementarias, si se precisan, y a través de la evolución del caso.
Y por último, la toma de decisiones
y aquí llegamos a otros interrogantes:
-¿Cuál es la mejor
manera de ayudar a este paciente?
“Primum non nocere”, primero no perjudicar, esto es
indiscutible.
Y a partir de aquí valorar el
objetivo del tratamiento, que efectos adversos puede presentar, en cuanto
tiempo, y demás cuestiones técnicas.
Sin embargo, cuando nos planteemos
el objetivo del tratamiento, surgirá una nueva pregunta:
-¿Qué espera el
paciente de mí?
A priori siempre pensamos que el paciente
desea la curación, aunque no siempre es así en psiquiatría (un paciente con un
cuadro maníaco no querrá que le saquemos de ese estado de euforia, aunque sea
nociva para él)… En otros casos la curación (desaparición de la enfermedad) no
será posible, no obstante seremos capaces de aliviarle, de que lleve una vida
normalizada. Y en otros casos, sabemos que el paciente conoce nuestra
limitación, pero espera el alivio, el consuelo, el acompañamiento.
El paciente también espera (y tiene derecho) a un diagnóstico. Pero el diagnóstico en psiquiatría es temido, por el estigma que ello supone y también por la brumosa información que se tiene de los mismos.
De ahí que la cuestión diagnóstica nos abra una nueva e inquietante pregunta:
"El doctor" del pintor victoriano Luke Fildes (*) |
El paciente también espera (y tiene derecho) a un diagnóstico. Pero el diagnóstico en psiquiatría es temido, por el estigma que ello supone y también por la brumosa información que se tiene de los mismos.
De ahí que la cuestión diagnóstica nos abra una nueva e inquietante pregunta:
¿Qué derecho tengo yo a colgarle una etiqueta a esta persona?
O dicho de otra manera ¿tan seguro estoy de mis conocimientos para designarle con un diagnóstico u otro, cual botánico del siglo XVIII a especies vegetales?
¿Qué psiquiatra no se ha hecho esta
última pregunta en alguna ocasión? La respuesta requiere reflexión, honradez y respeto hacia sus pacientes.
Y esta duda sobre la firmeza del
conocimiento en psiquiatría, se reconoce, aunque poéticamente reflejada, en dos
películas: la argentina “Hombre mirando
hacia el sudeste” (1986) cuyo guión y dirección es de Eliseo Subiela, y la
producción norteamericana “K-Pax” dirigida
por Ian Softley en 2001, que parece un calco de la anterior (aunque
supuestamente está basada en una novela de Gene Brewer (hubo una denuncia por
plagio del guión aunque posteriormente se retiró; no obstante como la novela de
Brewer fue publicada en 1995 mi opinión es que no está “libre de sospecha”). Por
eso me referiré a la primera.
Los actores de esta son mucho más conocidos, pero la película de Subiela es mejor |
“Hombre mirando hacia el sudeste” tiene un argumento ingenioso: un
nuevo paciente llega a un sanatorio mental (la película se rodó en un escenario
real, el “Hospital Neuropsiquiátrico José Tiburcio Borda”, de Buenos Aires, y
muchos internos actuaron como extras). El hombre dice llamarse Rantes, y aparece en
escena por primera vez tocando el órgano en la capilla del centro. Interpreta con
soltura el “Preludio y fuga en G menor, BWV 535” de Bach mientras varios internos le escuchan
atentamente.
Jardín de un psiquiátrico en Buenos Aires |
Rantes le propone al que será su
psiquiatra, el Dr. Julio Denis, una pregunta que anticipa el enigma:
“-¿Dónde radica la
magia de la música?, ¿en la maquinaria del instrumento?; ¿en el ingenio del que
compuso la partitura?; ¿en el virtuosismo del músico que ejecuta la pieza? ¿o
tal vez en aquellos que escuchan la interpretación absortos y
maravillados?..."
Rantes asegura provenir de una
civilización extraterrestre, ser un holograma avanzado de un habitante de una
lejanísima galaxia. ¿Verdad que parece el delirio que muchos pacientes
psicóticos podrían plantear en una sala de urgencias?
El Dr. Denis y Rantes |
El Dr. Denis está sumido en una
profunda crisis personal, divorciado padre de dos hijos, aficionado a tocar el
saxofón, es un personaje abrumado por la soledad y por las dudas acerca de la
utilidad de su profesión. Primero cree que el tal Rantes es un simulador que
quiere esconderse en la institución. Sin embargo, la conducta del “extraterrestre”,
que permanece inmóvil en el patio, con
la mirada fija en dirección sudeste, ascético,
aislado y absorto en lo que ocurre en algún punto muy lejano (o tal vez en
su interior) le va intrigando cada vez más.
El psiquiatra le somete a pruebas
para intentar llegar a un diagnóstico de trastorno delirante, y le prescribe
medicación antipsicótica (que Rantes simula tomar, ya que esconde las pastillas en el bolsillo de su pijama). Todas las pruebas físicas son normales, y
además los test de inteligencia
descubren que tiene el cociente de un genio. El Dr. Denis es consciente de que Rantes no se toma la medicación, sin embargo, ante lo inofensivo del caso,
decide no emplear el tratamiento antipsicótico por vía parenteral., e incluso, le
permite trabajar como ayudante en el laboratorio de patología.
Poco a poco el extraño paciente va
monopolizando la atención del médico, que conociendo su inteligencia y
habilidades trata de averiguar de quien se trata en realidad: ¿un físico, un
matemático, un escritor?
Rantes en el patio,mirando al sudeste y rodeado de internos |
Rantes insiste en su procedencia
extraterrestre, y que al ser una imagen perfecta proyectada desde el espacio,
no tiene capacidad de sentir ya que solo almacena información. Con su actitud,
el Dr. Denis no es el único en interesarse, ya que el resto de pacientes le
siguen -como a un nuevo profeta- a todas partes… creen que puede obrar
milagros. Rantes es compasivo con todos y conforta a los que sufren, y a la vez se comporta con la ingenuidad de un niño, pero un niño sabio.
La influencia de Rantes sobre los
demás internos del psiquiátrico, su órdago a la ortodoxia terapéutica, su
genialidad y enorme bondad, colocan al Dr. Denis entre la espada y la pared.
La película tiene un final trágico,
de vuelta a la realidad… Pero da que pensar, y mucho.
(*) El cuadro de "El doctor" sirve de cabecera a un blog que recomiendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario