domingo, 13 de septiembre de 2015

Mirando al Sudeste (el oficio del psiquiatra)




-¿Podré ayudar a esta persona?

Creo que es la pregunta fundamental que todo médico debe plantearse ante un paciente. Y todavía más si eres psiquiatra.

Porque en el ejercicio de la psiquiatría, decidimos lo que es “normal” y “patológico” de la conducta de esa persona. Y la frontera entre normal y patológico no siempre es clara, no siempre es categórica, no siempre es un valor absoluto, sino que es algo que se difumina en una extensa gama de grises con sus matices, con sus luces y sus sombras.

Los grises de la vida

Tampoco quiero decir con ello, que la práctica psiquiátrica sea arbitraria y el especialista decida “al buen tuntún”. Un buen psiquiatra debe basarse en cuatro pilares: obtener información, tener formación, hacer un análisis pormenorizado del caso y realizar la toma de decisiones.

Para obtener la información, debe escuchar al paciente, hacer las preguntas adecuadas, intentar obtener datos del enfermo, de su familia, de su medio. No me refiero a fríos datos objetivos, sino a entrever mas de esa persona ¿cómo era?, ¿cómo es ahora?, ¿que anhelos tiene o tenía?

La formación es imprescindible y ha de alcanzar un alta nivel de excelencia, y no hablo de una visión académica y “polvorienta” de su materia, sino en una constante puesta al día, que incluya el conocimiento al dedillo de la psicología, la psicopatología, la psiquiatría y sus tratamientos, tanto biológicos como psicoterapéuticos. Sin olvidar, una buena base en medicina ya que -recordemos- el psiquiatra ante todo es médico. Por una parte, muchos cuadros de padecimiento psíquico pueden tener una causa física… y a la inversa, muchos cuadros psiquiátricos se presentarán con una pléyade de síntomas físicos inexplicables en razón de una lesión que los justifique.

Con los datos del paciente y el conocimiento de que disponga el psiquiatra debe analizar el caso. Aquí entra el “ars médica”, ya que no se trata de comparar los síntomas que sufra la persona con un manual, sino establecer una hipótesis diagnóstica que se habrá de comprobar, mediante exploraciones complementarias, si se precisan, y a través de la evolución del caso.

Y por último, la toma de decisiones y aquí llegamos a otros interrogantes:

-¿Cuál es la mejor manera de ayudar a este paciente?
“Primum non nocere”, primero no perjudicar, esto es indiscutible.
Y a partir de aquí valorar el objetivo del tratamiento, que efectos adversos puede presentar, en cuanto tiempo, y demás cuestiones técnicas.

Sin embargo, cuando nos planteemos el objetivo del tratamiento, surgirá una nueva pregunta:

-¿Qué espera el paciente de mí?
 A priori siempre pensamos que el paciente desea la curación, aunque no siempre es así en psiquiatría (un paciente con un cuadro maníaco no querrá que le saquemos de ese estado de euforia, aunque sea nociva para él)… En otros casos la curación (desaparición de la enfermedad) no será posible, no obstante seremos capaces de aliviarle, de que lleve una vida normalizada. Y en otros casos, sabemos que el paciente conoce nuestra limitación, pero espera el alivio, el consuelo, el acompañamiento.
"El doctor" del pintor victoriano Luke Fildes  (*)


El paciente también espera (y tiene derecho) a un diagnóstico. Pero el diagnóstico en psiquiatría es temido, por el estigma que ello supone y también por la brumosa información que se tiene de los mismos. 

De ahí que la cuestión diagnóstica nos abra una nueva e inquietante pregunta:


¿Qué derecho tengo yo a colgarle una etiqueta a esta persona?

O dicho de otra manera ¿tan seguro estoy de mis conocimientos para designarle con un diagnóstico u otro,  cual botánico del siglo XVIII a especies vegetales?



Láminas de la  Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada,
  realizados entre 1783 y 1816 por el científico José Celestino Mutis y su equipo en la actual República de Colombia
(Museo del Real Jardín Botánico de Madrid)



¿Qué psiquiatra no se ha hecho esta última pregunta en alguna ocasión? La respuesta requiere reflexión, honradez y respeto hacia sus pacientes. 



Y esta duda sobre la firmeza del conocimiento en psiquiatría, se reconoce, aunque poéticamente reflejada, en dos películas: la argentina “Hombre mirando hacia el sudeste” (1986) cuyo guión y dirección es de Eliseo Subiela, y la producción norteamericana “K-Pax” dirigida por Ian Softley en 2001, que parece un calco de la anterior (aunque supuestamente está basada en una novela de Gene Brewer (hubo una denuncia por plagio del guión aunque posteriormente se retiró; no obstante como la novela de Brewer fue publicada en 1995 mi opinión es que no está “libre de sospecha”). Por eso me referiré a la primera.



Los actores de esta son mucho más conocidos,
pero la película de Subiela es mejor


 “Hombre mirando hacia el sudeste” tiene un argumento ingenioso: un nuevo paciente llega a un sanatorio mental (la película se rodó en un escenario real, el “Hospital Neuropsiquiátrico José Tiburcio Borda”, de Buenos Aires, y muchos internos actuaron como extras). El hombre dice llamarse Rantes, y aparece en escena por primera vez tocando el órgano  en la capilla del centro. Interpreta con soltura el “Preludio y fuga en G menor, BWV 535”  de Bach mientras varios internos le escuchan atentamente.  

Jardín de un psiquiátrico en Buenos Aires


Rantes le propone al que será su psiquiatra, el Dr. Julio Denis, una pregunta que anticipa el enigma:

“-¿Dónde radica la magia de la música?, ¿en la maquinaria del instrumento?; ¿en el ingenio del que compuso la partitura?; ¿en el virtuosismo del músico que ejecuta la pieza? ¿o tal vez en aquellos que escuchan la interpretación absortos y maravillados?..."

Rantes asegura provenir de una civilización extraterrestre, ser un holograma avanzado de un habitante de una lejanísima galaxia. ¿Verdad que parece el delirio que muchos pacientes psicóticos podrían plantear en una sala de urgencias?

El Dr. Denis y Rantes


El Dr. Denis está sumido en una profunda crisis personal, divorciado padre de dos hijos, aficionado a tocar el saxofón, es un personaje abrumado por la soledad y por las dudas acerca de la utilidad de su profesión. Primero cree que el tal Rantes es un simulador que quiere esconderse en la institución. Sin embargo, la conducta del “extraterrestre”,  que permanece inmóvil en el patio, con la mirada fija en dirección sudeste, ascético,  aislado y absorto en lo que ocurre en algún punto muy lejano (o tal vez en su interior) le va intrigando cada vez más.

El psiquiatra le somete a pruebas para intentar llegar a un diagnóstico de trastorno delirante, y le prescribe medicación antipsicótica (que Rantes simula tomar, ya que esconde las pastillas  en el bolsillo de su pijama).  Todas las pruebas físicas son normales, y además los test de inteligencia descubren que tiene el cociente de un genio. El Dr. Denis es consciente de que Rantes no se toma la medicación, sin embargo, ante lo inofensivo del caso, decide no emplear el tratamiento antipsicótico por vía parenteral., e incluso, le permite trabajar como ayudante en el laboratorio de patología.

Poco a poco el extraño paciente va monopolizando la atención del médico, que conociendo su inteligencia y habilidades trata de averiguar de quien se trata en realidad: ¿un físico, un matemático, un escritor?

Rantes en el patio,mirando al sudeste y rodeado de internos


Rantes insiste en su procedencia extraterrestre, y que al ser una imagen perfecta proyectada desde el espacio, no tiene capacidad de sentir ya que solo almacena información. Con su actitud, el Dr. Denis no es el único en interesarse, ya que el resto de pacientes le siguen -como a un nuevo profeta- a todas partes… creen que puede obrar milagros. Rantes es compasivo con todos y conforta a los que sufren, y a la vez se comporta con la ingenuidad de un niño, pero un niño sabio. 

La influencia de Rantes sobre los demás internos del psiquiátrico, su órdago a la ortodoxia terapéutica, su genialidad y enorme bondad, colocan al Dr. Denis entre la espada y la pared.

La película tiene un final trágico, de vuelta a la realidad… Pero da que pensar, y mucho.



(*) El cuadro de "El doctor" sirve de cabecera a un blog que recomiendo. 

domingo, 6 de septiembre de 2015

Para reducir el estrés laboral...

¡Alerta mensaje!


Imaginemos a una persona del siglo XIX que quisiera comunicarse con alguien. Con toda parsimonia (o con toda la prisa de que fuera capaz), buscaba su recado de escribir, se proveía de papel, comprobaba si la tinta estaba suficientemente líquida, elegía un plumín y empezaba a redactar una carta, que en muchas ocasiones acabaría arrugada dentro de una papelera, ya que a nuestro protagonista no le satisfizo como había compuesto el texto. Escribir a mano significa meditar, trazar los símbolos, volver a leer, posiblemente tachar y escribir de nuevo. Todo este ritual conlleva pensar y especialmente medir aquello que se quiere decir.

Además nada  sabemos acerca de lo que escribe este decimonónico personaje: puede ser una carta de amor, una nota de agradecimiento a la anfitriona de la fiesta a la que asistió la noche anterior, una orden a su agente comercial, una nota informativa para un empleado… Solo el destinatario, cuyo nombre figurará en sobre cerrado, leerá el contenido.



¿Cuánto tiempo hace que no escribimos una carta? Ni siquiera una postal o un Christmas navideño. Claro, vivimos en el siglo veintiuno. Escribimos un whatsapp… Eso en el ámbito privado, en el profesional, escribimos correos electrónicos (e-mail), y también whatsapps que compartimos con el grupo al que le interesa (o no) una tarea concreta.












Otro día hablaremos de esa pequeña tortura tintineante que es la mensajería instantánea. Quiero referirme a los correos electrónicos. Qué duda cabe de su utilidad en el ámbito profesional, pero también son una importante fuente de estrés laboral, ya que muchas veces su uso es bastante ilógico y compulsivo.

-¿Cuántas veces al día consultas el correo electrónico?

Lo he preguntado a muchos pacientes que se encontraban estresados por su trabajo y las respuestas son “alarmantes”, valgan varios ejemplos:

Ejemplo 1 

·       -Cada vez que suena la alerta de que ha llegado un nuevo correo.
-¿Cuántos correos puedes recibir al día?
- Unos ciento cincuenta o doscientos…


Ejemplo 2 

·       -He desactivado la alerta porque me inquieta… Lo miro cuando yo quiero.
-¿Y eso significa que lo haces una o dos veces al día?
-No, con más frecuencia…
-¿Cuál, una o dos veces a la hora?
-No, unas diez o veinte veces a la hora.


Ejemplo 3 

·       -A la vuelta de una semana de vacaciones tenía tres mil setecientos quince correos por leer de mi trabajo.
-¿Pero todos tenían que ver con tus tareas?
-No, la mayoría no… Ahora que lo pienso, muchos eran correos entre otras personas y que me informaban con copia. Que me atañeran a mí, solo unos quince o veinte.
-O sea que has tenido que desbrozar el grano de la paja…
-Sí, me ha llevado buena parte de mis dos primeros días de trabajo, ponerme al día de lo que había… total y casi nada era importante.

Sin ánimo de generalizar, para muchas personas el correo electrónico supone una pérdida de tiempo y de productividad, además de generar el estrés adicional que supone estar trabajando con una alerta permanente que en lugar de ayudar a centrarnos en nuestra tarea actual, desenfoca nuestra atención hacia otros temas… y eso de forma casi constante.

Se me acaba de ocurrir un ejemplo absurdo, aunque creo que esclarecedor. Imaginemos un portero de fútbol, que debe estar atento a los lances del partido para intervenir cuando sea preciso. Pues este jugador (y también los del campo) van recibiendo alertas con información de lo que sucede en este partido (¡¡¡pero si ya lo estoy viendo!!!) y también de lo que va pasando en otros encuentros que se juegan a lo largo de todo el país (¡¡¡y ahora que me importa que en El Molinón esté lloviendo!!!). De acuerdo, esto es muy absurdo, pero ¿alguien puede trabajar si continuamente está recibiendo cartitas (aunque sean electrónicas)?



Resumiendo, los correos electrónicos generan estrés por:

1. Volumen excesivo: Se estima que alrededor del 50% (si no más) de los mails recibidos son superfluos para el destinatario, es decir no sólo que no le ayudan nada sino que le distraen.

2. Constante interrupción: Ya hemos constatado que para muchas personas averiguar el contenido de los mensajes es una atracción irresistible y les distrae continuamente de las tareas que tienen entre manos.

3. Distorsión las relaciones y de la comunicación: 

o   ¿Cuántas veces preferimos escribir un e-mail para evitar conversaciones que pueden ser problemáticas? Con el correo electrónico nos parece que eludimos el conflicto, pero no siempre es así, sino que puede tener un efecto contrario y encrespar más los ánimos.
o   Y ¿cuántas veces enviamos un correo electrónico, y además con copia a los cuatro vientos, a una persona que tiene su mesa de trabajo a tres metros de la nuestra? Una corta conversación puede ser más eficaz que un largo correo.
o   Una efecto desagradable del correo electrónico, es que el destinatario tiene la sensación de que le han “pasado” un problema y debe responder con toda prontitud. A veces esto se debe a la impaciencia del emisor y a veces al propio agobio del receptor.
o   Contenidos poco claros: La rapidez con la que se redactan los correos electrónicos es prácticamente incompatible con la ortografía (esto puede ser secundario aunque a muchos nos moleste) pero sobre todo es incompatible con la precisión del pensamiento.
o   También en gran número de ocasiones se asume, erróneamente, que el destinatario tiene la misma información que nosotros… y puede que no sea así. Con lo que se producirá una cascada de respuestas para puntualizar y aclarar conceptos. Como antes he dicho una conversación es mucho más efectiva.
o  El correo electrónico es el vehículo perfecto para aquellas personas puntillosas: “te lo dije en mi correo del 27 de abril”, o que tienen a enviar copias a todo el mundo “para evitar malentendidos”. Este pormenor que puede tener cierto sentido, llevado al extremo hará que nuestras “bandejas de entrada” estén repletas de información irrelevante o que no nos atañe.
o   También es posible que los correos electrónicos sean escritos en un momento de enfado o frustración, y en lugar de transmitir información, lo que se transmite es un clima de hostilidad, aunque no fuera esa la intención inicial del remitente. Esto enlazaría con el apartado anterior.

¿Soluciones? No, en absoluto, ya que dependerán de las circunstancias del trabajo, de las características del sujeto (si es impaciente, indiferente, agobiado, etc…) y evidentemente de la presión ambiental.




  •  Primero, analicemos cuál es nuestra relación con ese cartero que “llama más de dos veces”.
  • Determinemos cuál es la frecuencia idónea para consultar el correo, siendo realistas… Seguro que tenemos mucho más trabajo que el de leer el e-mail.  Como consejo adicional, desactivar la alerta de nuevo mensaje. Todo esto encontrándote en tu horario laboral.Fuera del horario, la lectura del correo electrónico debe ser TOTALMENTE EXCEPCIONAL. En muchas empresas, al estar ubicadas sus delegaciones en distintos puntos del planeta, tienen un flujo constante de comunicación y se pueden recibir e-mails a cualquier hora del día o de la noche… Nadie puede estar trabajando y alerta las 24 horas del día.
  • Jerarquiza lo recibido, al menos en cuatro grupos:

o   Atención inmediata y es precisa la ejecución y/o respuesta sin demora.
o   Aquello que se solucionaría rápidamente con una respuesta verbal. Descuelga el teléfono y habla con la persona… o desplázate hasta su puesto de trabajo.
o   No es precisa la ejecución inmediata, pero es una tarea importante. Pasar a una lista viva de “pendientes”.
o   Irrelevante o innecesario: eliminar.

·    Siendo emisor de un correo electrónico: sintetiza el contenido en el “Asunto”, intenta redactar correctamente, por párrafos claros y concisos, envía copia a quien deba estar enterado (no a media Humanidad), y relee antes de enviarlo.


Son muchos los beneficios de recudir el estrés laboral: tanto desde el punto de vista de productividad y ambiente de trabajo, como desde la perspectiva del bienestar psíquico, ya que disminuye la ansiedad y mejora el estado de ánimo, con el consecuente beneficio para la salud general. 


domingo, 30 de agosto de 2015

Lo que es, es y lo que no es, no es (La no-depresión postvacacional)



Estos días he empezado a leer cosas sobre la “depresión postvacacional”. Mejor dicho, he visto publicados en diarios, revistas y también he oído hablar de ella por televisión.

Vamos a ver, la depresión, o mejor dicho un trastorno depresivo es algo muy serio y que produce un gran dolor, incapacidad y desesperanza en la persona que lo sufre.

Por eso, me sorprende que tan alegremente coloquemos la etiqueta de “depresión” a algo que es un fenómeno natural, leve y transitorio. No nos acordamos acaso de cuando éramos niños y nos interrumpían en nuestro juego: a cenar, a dormir, a lavarse los dientes, a hacer los deberes… seguro que todos preferíamos jugar que cenar, que dormir, que lavarnos los dientes y desde luego que hacer los deberes.



Todos los organismos prefieren unas situaciones que otras. Desde luego, yo prefiero las vacaciones que ir a trabajar. Prefiero ser dueña de mi tiempo y de mi espacio, de mis horarios, de mis deseos, de la sensación de libertad que produce no tener que levantarse a la hora que suena el despertador… claro que sí. Y el día anterior a reincorporarme al trabajo, me pregunto cómo es que han pasado tan deprisa, y que no he podido hacer todo aquellas cosas estupendas que me había propuesto hacer, o que no he leído lo suficiente, o lo que sea…

Sin embargo, me gusta (me apasiona mi trabajo) mientras tecleo esto pienso como serían unas vacaciones constantes (si en la improbabilidad más absoluta, en algún sorteo se me otorga un premio supermillonario). Y pienso que no haría vacaciones constantemente, que quizá recortaría el horario, y disminuiría el volumen de trabajo, puesto que sí que querría disponer de más tiempo libre... pero ¿dejar de trabajar?



Vaya, me he apartado de mi propósito inicial, que era “criticar” ese pequeño aluvión de noticias sobre algo que –a mi entender- clínicamente no existe.

Lo que ocurre es que a algunas personas la vuelta a la rutina les puede generar una incomodidad que se acompañe de algún síntoma, como insomnio o intranquilidad (y encima está descrito que dura solo quince días)…  Especialmente si en esa rutina, en ese trabajo uno no se siente gratificado,  o incluso puede estar padeciendo una situación laboral penosa con la posibilidad de ser despedido, o tener unos horarios extenuantes, unas condiciones económicas escasas, o incluso mayores problemas como el “mobbing” o un gran estrés laboral.

Por otra parte pensemos que hay personas que no tienen vacaciones. Unas, porque no tienen trabajo (remunerado, quiero decir). Y la situación de estar parado no es equiparable a hacer vacaciones, desde luego que no…


Y otras personas, no disfrutan de sus vacaciones (lo que equivale a no tenerlas)  porque además de sus compromisos laborales deben cuidar de familiares que lo precisan,  sobre todo personas mayores, con algún grado de deterioro, invalidez y dependencia. Lógicamente los familiares cuidadores, habrán hecho vacaciones en su trabajo, pero han seguido al pie del cañón con los suyos, especialmente ahora que la Ley de Dependencia se ha quedado tan rancia en las ayudas a estos héroes cotidianos.


Feliz vuelta al trabajo… 

Y que haya trabajo (un buen trabajo) para todos.




sábado, 29 de agosto de 2015

Cena entre amigos (La relación de pareja).

Ayer estuve viendo una película que tenía en DVD, en español se tituló “Cena entre amigos”, dirigida por Norman Jewinson en 2001, no se trata de una obra maestra por lo que no pasará a la historia del cine, pero habla de un tema tan habitual en la consulta de un psiquiatra, que no puedo resistirme a elucubrar sobre el mismo.

Los amigos, más que familia


El argumento de la película es simple, dos parejas casadas se disponen a cenar juntas. Son grandes amigos, a lo largo de muchos años han compartido comidas, diversiones, aficiones, han pasado buena parte de la vacaciones juntos, y sus respectivos hijos les consideran tíos. Mantienen un trato estrecho y frecuente que les hace sentirse casi familia, mejor dicho más que familia. Sin embargo, el marido de la pareja invitada no acude a esa cena, en la que los anfitriones quieren obsequiarles con nuevas recetas aprendidas en una reciente estancia en Italia. Solo van la madre (Beth) y sus dos hijos y se justifica la ausencia del marido/padre (Tom)  aduciendo un viaje de trabajo… pero luego se nos revelará que se trata de un viaje vital, ya que Tom se ha enamorado de otra persona, y el matrimonio está a las puertas de la separación, obviamente promovida por el esposo.

A partir de esta revelación presenciamos el impacto de la noticia, tanto en sus protagonistas como en los amigos observadores. Cómo Beth se siente traicionada y absorta ante el abismo que se le presenta: un cambio de vida no decidido por ella. Como Tom quiere justificar su decisión ante la propia Beth, en una discusión a la vez hilarante y crispada, aunque de verdad lo que le importa es como se posicionarán sus amigos (los anfitriones de la cena Karen y Gabe) si a favor de él o de ella.

También contemplamos como Karen y Gabe, se sienten perplejos por dicha situación: Karen se solidariza con Beth y Gabe se mantiene algo más neutro, aunque al final también se impacienta con Tom. Vemos claramente como la ruptura de sus amigos también afecta a su vida, porque han construido una especie de “matrimonio a cuatro” siendo la otra pareja los sustitutos de su familia de origen.

La "pareja feliz"


La película incluye un flash-back de unos quince años atrás en unas vacaciones, y como Beth y Tom se enamoraron bajo el “patrocinio” del joven matrimonio formado por Karen y Gabe. Meses después de la cena que da título al film, las mujeres por un lado y los hombres por otro comparten un almuerzo. 

¿Cómo es posible que ya te hayas repuesto?

Los componentes de la pareja ya divorciada,  se sienten exultantes porque cada uno por su lado cree haber encontrado un nuevo amor… con esa  persona comparten nuevas aficiones, invierten tiempo el uno en el otro y se sienten comprendidos. Gabe insiste en preguntarle a su amigo ¿durante cuánto tiempo? Por otra parte, los componentes de la "pareja feliz" harán una mirada crítica a su propio matrimonio, con cierto miedo a descubrir que no son todo lo felices que ellos creían al ahondar en la solidez de su relación. 


Y eso me hizo pensar en las posibles etapas de la vida de la pareja (aunque no se trata de un dogma) existen ciertas descripciones que las identifican: 

  •  Una etapa de luna de miel, romantizada, idealizada y exclusiva.
    La idealizada etapa de la "luna de miel"
  • Una etapa de vuelta a la realidad, en la que se hacen evidentes las responsabilidades, trabajo, obligaciones… y en la que también los miembros de la pareja suelen darse cuenta de que “el otro” no cumple totalmente sus expectativas… en ese momento es habitual que uno de los dos intente que el otro vuelva al estadio anterior de “luna de miel”, cosa que biológica y psicológicamente es imposible. En este estadio lo saludable es que cada uno halle sus propias necesidades en la vida, y plantee nuevos modelos de relacionarse con la otra persona, que se restablezcan los contactos con un grupo más amplio, sin olvidar el disfrutar de actividades y tiempo juntos.

    ¿Vuelta a la realidad?
  • Tras la  “vuelta a la realidad” puede también aparecer una etapa de conflicto por la independencia y/o el poder. Esto es, que puede existir un temor a perder la independencia o un deseo de mantener una preminencia en la relación, con lo cual la tarea a realizar es la de reconciliar las polarizaciones, aceptar los rasgos positivos y negativos del compañero y de uno mismo para sustituir el abandono de la lucha de poder por la cooperación y la intimidad.
    Etapa de conflicto
  • Etapas de estrés, habitualmente en relación a las obligaciones familiares, tanto sea de la familia propia: crianza de los hijos, problemas de éstos en especial en la etapa adolescente, o bien la sobrecarga del cuidado de la generación anterior. Asimismo, la pareja con notables responsabilidades financieras a sus espaldas puede verse afectada por problemas económicos, como los que ha generado la crisis económica a partir de 2007, desempleo, pérdida de capacidad adquisitiva de la familia.
    Hijos: alegría, responsabilidad... y falta de intimidad

    En estas etapas, la presión acumulada pueden hacer más manifiesta aquello no resuelto en fases anteriores, es habitual que sea una época en que las discusiones acerca de la continuidad de la pareja, separación y divorcio, estén a la orden del día, y en muchas ocasiones no se consuman las mismas por las propias responsabilidades en que las personas se hayan inmersas, aunque sin abordar los problemas inherentes a la relación. Por ello, existe el riesgo de que la ilusión perdida dentro del matrimonio se encuentre en algún elemento externo, y no siempre se trata de la infidelidad (veneno para la relación), puede concretarse en una afición que se practica por parte de uno con total desmesura en cuanto al tiempo de dedicación, a costa del escaso tiempo de que se dispone para la pareja.
    ... distancia
  • Etapa de compromiso: cuando los miembros de la pareja se sienten aceptados y a su vez son aceptantes con respecto al otro. 
    ... o compromiso
    En este caso podemos decir que los miembros de la pareja han elegido la relación, no que se hayan conformado a ella, ambos toman la responsabilidad de las conductas y pensamientos de uno mismo, es decir mantienen su libertad personal, aunque comparten las responsabilidades de la vida diaria y soportan las fuerzas y éxitos del otro, reconociendo su interdependencia común, la comunicación es mejor y más directa y se mantiene la intimidad. Los conflictos se confrontan desde el inicio y se manejan mediante la colaboración y la negociación. Es evidente que pueden existir diferencias de criterios y expresar agresividad y enfado, pero estos no deben ser amenazantes para el otro. Y cada uno de los miembros de este equipo de dos valora profundamente al otro, es algo tejido con amor, sacrificio, cariño, paciencia, respeto, admiración, benevolencia y buen humor. 


Obviamente no todas las parejas llegan a esa etapa de compromiso, en la que no hay fisuras en cuanto al mismo. Y con ello, no me refiero a que el matrimonio dure, sino que el matrimonio o la relación de pareja de una suma positiva para ambos.

En muchas ocasiones, cuando los miembros de una pareja acuden al terapeuta, ya se han consumido muchas de las fases de las que no hay vuelta atrás. O bien, por una desgraciada elección en el momento del enamoramiento, o bien porque las personalidades de ambos no les ayudan a entretejer esa red…, ya que con el transcurso del tiempo somos personas diferentes a cuando nos enamoramos.

En parejas “normales” (*) habitualmente el primer problema que nos alerta suele ser el de la comunicación, mejor dicho la falta de comunicación o una comunicación conflictiva, el momento en el que se detecta este problema suele ser el óptimo para iniciar un abordaje terapéutico, ya que estos problemas se resuelven a través de la comunicación y el pacto.


(*) Entiendo por parejas normales aquellos que no están imbuidas situaciones de violencia, abuso, maltrato, actividades delictivas, problemas de tóxicos o similares, situaciones éstas en las que la única solución es la huida de la relación. 
Situaciones de violencia,abuso o maltrato... hay que salir de la relación



Y me permito un buen consejo...
aunque no sea mío: